Habíamos dejado el comentario sobre el hartazgo, la náusea casi, que provoca en el personal el cotidiano estercolero que protagonizan en las Cortes españolas sus señorías los hooligans de la derecha y el encrespado entrar al trapo de la izquierda dominante. Intenté plasmar la sensación de rechazo general ante el espectáculo deprimente que reiteran –y va a más– los representantes políticos del país. Pues bien, estamos a punto de pasar de la desafección a la preocupación. Mientras brama, insulta, injuria y miente la derecha de siempre, mientras se baten a querellazos, se tambalea aquella esperanza de progreso que se tejió a base de acuerdos a mil bandas, aquella alternativa que ilusionó a la mayoría del censo.
Al resistente crónico que es Pedro Sánchez le crecen los enanos y tanto se han desmadrado que a alguno de los suyos ya le ha echado mano el frente judicial. Imposible acostumbrarse al enzarzamiento diario al que íbamos asistiendo con resignación, pero el hastío se vuelve ansiedad cuando comprobamos que día a día se van desmoronando las bases de ese frente progresista que –a trancas y barrancas– encaminaba al país hacia metas más justas y democráticas.
Preocupa, y mucho, la contundencia con la que el frente judicial ha entrado a saco contra lo que parece una señal clara de corrupción en los aledaños del Gobierno de Pedro Sánchez, más allá de la mangancia del tal Koldo. El señalamiento del exministro y exsecretario general del PSOE José Luis Ábalos deja el campo libre a las puñaladas traperas de la derecha. Entre corruptos anda el juego y es difícil mantener el tipo ante el zafarrancho que le espera al PSOE cuando unos cuantos empiecen a desfilar por el banquillo. Los jueces afines, que sin duda los hay, serán implacables según el mandato de “el que pueda hacer, que haga”.
Solo si lograra sacar los Presupuestos adelante podría Pedro Sánchez aspirar a agotar su mandato y, por ello, al doble objetivo de progreso social y democrático y a impedir la catástrofe de una vuelta atrás bajo el poder de la derecha extrema y la extrema derecha. Sánchez necesita imperiosamente mantener los apoyos que le han venido permitiendo gobernar y para ello ha cedido, concedido y prometido lo que no está escrito. Pues esta condición indispensable se tambalea cada vez más. Es tan estrecho el margen, que ya puede ir dando por perdido el voto peregrino y resentido del inculpado Ábalos, que masca su venganza desde el Grupo Mixto. Es un voto menos, sí, pero suficiente para ir descontando.
Preocupa, y mucho, que la estabilidad –qué digo, la continuidad– del bloque de progreso dependa de unos apoyos que entran a negociar a máximos. Sumar, el socio cogobernante, advierte que no apoyará los Presupuestos si no se aplica el impuesto especial a las grandes fortunas, la banca y las energéticas. Podemos, que fue socio y ya casi ni está, exige bajar por ley el precio de los alquileres y romper todas las relaciones diplomáticas con Israel. PNV y EH Bildu están en ello, ya se sabe, el nuevo estatus y la libre decisión. En cuanto a los catalanes, Junts exige amnistiar a Puigdemont pero ya, y ERC un punto más a la izquierda. Vamos pasando del hartazgo al desasosiego, de la desafección a la desesperanza, del escándalo al puro temor a lo que nos espera.