No sé de qué escribir y salgo al balcón buscando a ama y, tras saludarnos, me dice que hable de cómo veo la política. Pienso un poco hasta caer en la cuenta de que la española política es que si ayer el PP recurría a los tribunales la ley para ampliar los permisos por hijos de padres y madres, hoy son ellos quienes la proponen al parlamento, o que si ayer el PSOE se negaba a una ley para modificar el CNI, hoy ellos mismos la sugieren. Y así cada día.

Bueno, me dice, eso a veces puede ocurrir. Le contesto que ahora la incoherencia es norma, y como otro ejemplo le explico que en el Parlamento navarro Bildu ha aprobado una disposición conjuntamente con PP, UPN y Vox. Tras un rato en silencio dice que puede que esa norma sea buena. No lo sé, le contesto, pero lo relevante es que ellos acusan a todo el mundo de lo peor cada vez que aprueban algo con el PP, y ahora ellos lo hacen con Vox.

Y es que, le digo, parece como si la acción política sea tan líquida como la memoria o el relato y la trasvasen de una botella roja a otra azul, o viceversa, solo en función de las circunstancias, arrumbando a poquitos la ideología hasta que quede hacer y decir la ocurrencia oportuna en el momento oportuno, sobre todo si es electoral, sin preocuparse de lo prometido o lo ya hecho, o sea, de la idea.

De repente me dice que para preservar la ideología sin cambiar principios cada día deberían actuar como aita, quien, desconectado de cada conversación que mantenía, y con el único objetivo de no equivocarse diciendo sí o no, musitaba de cuando en vez un sutil coño, coño. O sea, concluye, la política sería mejor si muchos partidos que viven desconectados de la ideología balbucearan un coño, coño para no decir hoy si y mañana no.

Entonces me pregunta si eso pasa en la política de Euskadi, si aquí son más coherentes. No sé, le digo, en el primer pleno de esta legislatura lo primero que han hecho es elegir senadores y después han debatido sobre Venezuela. Me mira con una sonrisa y me dice: ¡Ah!