Vicelehendakari y consejero de Trabajo y Economía, el socialista Mikel Torres, ha revuelto el gallinero advirtiendo de los altos índices de absentismo laboral que se comprueban en la comunidad autónoma vasca. ¿Qué digo altos índices? Se trata de ostentar el dudoso honor de batir el récord estatal de no asistencia al trabajo. Y si tenemos en cuenta que el Estado español figura entre las más altas tasas europeas en absentismo, pues ese es el asunto. La llamada de atención de Torres, como era de esperar, ha sido tenida en cuenta con muy distinto talante en la patronal y en los sindicatos. Por supuesto, también ha tenido eco entre el pueblo raso, que a fin de cuentas es protagonista directo –generalmente para sufrirlo– de esta lamentable peculiaridad del colectivo trabajador.
Analizar la realidad del profuso absentismo laboral en Euskadi es tarea compleja y con gran riesgo de resultar políticamente incorrecta. En cuanto este tema sale a tertulia de bar, o de simple materia de conversación doméstica, se hace alusión a multitud de anécdotas que confirman conocidos casos de picaresca, de coincidencias malévolas entre las bajas laborales y la temporada de caza, de los lunes como día preferido para los dolores de espalda, o las neuralgias, o las migrañas consecuencia de estragos de fin de semana. Todos y todas conocen, o dicen conocer, a gentes que se escaquean a cuenta de estados de ansiedad o cualquier otro síntoma lindante con la salud mental, gentes que presentan el alta dos días antes de las vacaciones, como para empalmar con disimulo. Toda una gama de golfería que, sin duda, es de uso común en todas las latitudes y autonomías.
Esta constatación, corregida y aumentada ya como hipérbole y leyenda urbana, termina por calar y derivar el hecho del absentismo excesivo, de récord en la CAV, a la picaresca desbocada, o la liberalidad condescendiente al conceder las bajas médicas, o al hecho consumado de que faltar al trabajo es asunto menor. No es fácil, sin embargo, concretar las causas del triste récord ostentado por ese alto porcentaje de trabajadores y trabajadoras vascas que se ausentan de sus puestos de trabajo. El mismo vicelehendakari Torres, en su día, afirmó que el desmesurado absentismo laboral era un mantra utilizado por la patronal en su debate con los sindicatos, conclusión que no entra al meollo del asunto.
A la hora de buscar causas para tan llamativos efectos, hay quienes alegan el carácter industrial de esta comunidad, que propiciaría un mayor riesgo –pues mírese, por ejemplo, a Alemania–; otros culpan a los médicos de familia, que a falta de medios y tiempo firman bajas a mansalva; otros a la ausencia de inspectores que comprueben el estado real de los afectados; otros, a la habilidad escaqueadora de una parte del personal que se las sabe todas y se apaña para una vez lograda la baja, prolongarla hasta que sea posible. Cualquier fraude de este tipo, en realidad, empaña la seriedad y la solvencia de la gran mayoría del colectivo laboral vasco, que se toma en serio su trabajo.
Los pícaros, los expertos en toda clase de argucias para faltar al trabajo, no solamente empobrecen la productividad del país, sino que casi siempre cargan su propio trabajo sobre los hombros de sus compañeros. Dejando al margen interpretaciones más o menos desafortunadas y hasta malévolas, no es buen dato para este país ocupar puesto de honor en la Champions de la conflictividad social y del absentismo laboral.