Es verdad que dijo que no le gustaban “los extremismos”, en plural, pero quedó claro que el mensaje principal de Kylian Mbappé iba específicamente dirigido al Reagrupamiento Nacional, el partido ultra de Marine Le Pen. De hecho, en las declaraciones que, como si se tratara de una de sus fintas en el campo, rompieron la cintura de la agenda informativa, el astro francés de madre argelina y padre camerunés hizo un llamamiento expreso a frenar a la formación que presenta como candidato al joven y sobradamente cavernícola Jordan Bardella.

Simplemente, viendo lo que han escocido sus palabras en los destinatarios, se hace evidente que fueron totalmente procedentes y que alguna influencia van a tener en lo que ocurra en los comicios a doble vuelta, aunque sea llevar a las urnas a unos miles de jóvenes que ni se habían planteado votar. Ahí queda patente la capacidad de las celebridades –en este caso, uno de los mejores futbolistas del mundo– para marcar el debate público. ¿Quiere eso decir que cada jugador o jugadora de élite debe expresar sus opiniones políticas? Por enésima vez, nos hallamos ante la eterna doble vara. Todos sabemos que si Mbappé hubiera llamado a apoyar a Le Pen, quienes ahora le aplauden estarían atizándole de lo lindo y, probablemente, quizá hasta compartieran la reflexión de Unai Simón sobre lo poco adecuado que es que los futbolistas se metan en jardines políticos. Pero como lo aventado por el ya jugador del Madrid va a favor de la corriente, al que le está cayendo cera a toneladas es al portero del Athletic, incluyendo en dos de cada tres coscorrones el recordatorio de la profesión de su aita. Por lo visto, al de Murgia no le asiste el mismo derecho a expresarse libremente que al delantero galo. Como apuntaba ayer en la red X un escritor vasco de aguijón fino, a Simón se le zumba en un país donde ningún futbolista alzó la voz contra asesinatos, secuestros y extorsiones.