La reciente noticia sobre la próxima subasta de la Biblia de Quejana, un manuscrito alavés del siglo XIII, está generando un debate sobre la preservación y el destino de nuestro patrimonio cultural. Esta, parece ser, valiosa biblia se subastará este martes en Christie’s, en Londres, con un precio estimado entre 35.000 y 58.700 euros.

Por un lado, es comprensible la frustración de que un artefacto tan significativo para Álava termine en manos extranjeras y sea objeto de especulación. La Biblia de Quejana, que una vez perteneció al monasterio de Quejana, forma parte de la historia medieval vasca. Su desplazamiento a colecciones privadas en el extranjero puede parecer una pérdida para el “alavesismo”, como si se tratara de un hurto a nuestro patrimonio.

Sin embargo, debemos considerar que muchas de estas piezas no habrían llegado hasta nosotros si no fuera por la intervención de coleccionistas y anticuarios. La Biblia de Quejana, dicen, fue rescatada por un anticuario en el siglo XIX o XX, en un momento en que posiblemente podría haber sido destruida o perdida. Este caso pone de manifiesto la constante tensión entre el patrimonio cultural que debería ser público y la realidad de que muchos de estos bienes han sobrevivido gracias a coleccionistas privados.

El dilema se extiende más allá de esta biblia en particular. La misma suerte corrieron otros bienes del monasterio, como el retablo gótico que hoy se conserva en el Art Institute de Chicago que las monjas vendieron hace un siglo por lo que sería hoy en día 12.000 euros.

La historia de la Biblia de Quejana es un reflejo de un fenómeno más amplio: la disyuntiva entre el deseo de mantener el patrimonio cultural en manos públicas y la realidad de que muchas obras han sobrevivido gracias a la acción privada. Es una paradoja incómoda pero real.

Existen muchos otros casos que demuestran los esfuerzos de las instituciones públicas para recuperar y proteger el patrimonio. Sin embargo, estos esfuerzos a veces llegan tarde, y muchos bienes ya han sido desplazados y distribuidos a través de múltiples manos privadas.

Ahora, la Diputación de Álava está desojando la margarita: no sabe si pujará o no en la subasta de Christie’s, ya que hace un par de años adquirió el monasterio de Quejana con el plan de convertirlo en una infraestructura turística. Quizás estén evaluando si esa biblia será la guinda del pastel. O no. Según parece, y suponemos que es la opinión del propio servicio de restauración de la entidad foral, la biblia no está completa y ha sido reencuadernada.

Al final, lo más importante es que los “fetiches históricos”, ya sea en museos públicos o colecciones privadas, continúen siendo apreciados y estudiados, garantizando así que futuras generaciones los hereden. Las palabras de un político francés del siglo pasado resumen este objetivo: “El valor de una civilización se mide no por lo que sabe crear, sino por lo que es capaz de conservar.”