Volvió Pedro Sánchez de su retiro y le cayeron las del pulpo, como era de esperar. Cierto que le cayeron todas del mismo lado, porque creo que la sensación de alivio fue mayoritaria. Menos ruidosa, por supuesto, pero más plural porque la heterogénea masa de votantes representada por las fuerzas que apoyan al Gobierno siguen siendo la mayoría progresista y no están para aventuras ni incertidumbres. La decisión de seguir en el cargo, con toda la tramoya melodramática y el suspense que le echó el presidente socialista, aplacó el desasosiego de cuantos temíamos el riesgo del trumpismo que bulle en la oposición, de la agresividad mediática y la complicidad judicial.
La extravagante pausa de Pedro Sánchez, en mescolanza de argumentos políticos y sentimentales, hacía temer que la derecha extrema y la extrema derecha tuvieran una opción inesperada para una alternancia democrática lograda por procedimientos antidemocráticos. Una vez más, Pedro Sánchez resistió. Pero el alivio inicial ha dejado en el aire una cierta sensación de decepción. A buenas horas eso de que España necesita una regeneración democrática. Si se necesita una regeneración es porque antes se ha llegado a la degradación. Hace ya mucho tiempo que la ciudadanía percibe como irrespirable el ambiente político. Hace ya cinco años que la derecha lleva bloqueando el Poder Judicial, que puso en marcha su policía patriótica, que financia con dinero público medios de comunicación creadores de bulos que vienen mintiendo desde los atentados del 11-M, que bandas fascistas campan a sus anchas trasladando a la calle el odio y la confrontación.
Por supuesto que es necesaria y urgente una regeneración democrática. No hacía falta tanta solemnidad ni tanto retiro para constatarlo. Lo que no dijo ni dice Pedro Sánchez es cómo y cuándo se pone en marcha esa regeneración. A día de hoy, es impensable dar ni un solo paso en esa dirección consensuado con el principal partido de la oposición y sería imposible regenerar nada. De acuerdo con el mensaje al final de su paréntesis, urge esa regeneración democrática y la oposición no está por la labor. Queda claro. Pero se desconoce cómo va a hacer cumplir ese compromiso. Y, la verdad, no veo a Sánchez haciendo cumplir el mandato constitucional desbloqueando el CGPJ con una nueva y apresurada ley, ni poniendo coto a la propagación de bulos y mentiras mediante el control del dinero público que sostiene económicamente a los medios digitales que llenan de basura las redes, ni frenando las correrías y provocaciones de los grupos ultras, ni apaciguando los persistentes enfrentamientos dialécticos públicos y amplificados. Y por encima de todo, cómo va a hacer para librar de toda sospecha de corrupción a la clase política.
Vale, de acuerdo en que es urgente esa regeneración democrática. Pero, insisto, cómo y para cuándo. Para empezar, sugiero que se acabe con los lamentables espectáculos radiados y televisados de plenos en los que se prodigan los insultos, las interrupciones y las imprecaciones. Que quien manda en esos circos, presidenta o presidente, cumpla con su obligación y haga callar, impida patear e imponga el respeto para no escandalizar ni espantar al personal de a pie. Que se vea, al menos, alguna señal de que lo de la regeneración va en serio.