No soy muy de deporte y menos del balompié, pero esto de las elecciones siempre me ha parecido como un partido de fútbol, solo que con la diferencia de que unos lo preparan y lo jugamos los demás.
La norma es que la competición, el partido, lo preparan los partidos (a lo mejor por eso se llaman así) políticos que desde el mes anterior al enfrentamiento van calentando el ambiente y los últimos quince días ya se incendian entre ellos para jugar la definitiva competición que se celebra un domingo entre las 9 de la mañana y las 8 de la tarde, que es cuando las ciudadanas y ciudadanos metemos nuestros pequeños goles en las urnas.
Aunque lo que vale definitivamente es el resultado del domingo, lo importante se juega durante los 4 años precedentes y se concreta en el último mes a base de declaraciones, mítines, entrevistas y debates. En general, todas y todos las candidatas y candidatos quieren salir a la palestra y que se escuchen sus estrategias de juego, aunque en este caso y dado que las casas de apuestas venían diciendo una y otra vez que EH Bildu tenía un voto muy fijo y que apostaban por su triunfo, estos tomaron la decisión de callar lo más posible, entrenar lo mínimo, procurar no pisar barro y no decir que harían tras el triunfo, pero eso sí, proclamando a diestro y siniestro que eran los ganadores.
Mientras tanto, el PNV, equipo que salía de perdedor, a lo que no está muy acostumbrado, se puso la camiseta de entrenar y empezó a sudar proponiendo un contraste de estilos de juego, que obviamente eran muy diferentes, mientras su contrincante, EH Bildu, se hacía el sordo. Hablaban sin oír.
Y no oír es lo que les ha venido pasando estos quince días, pues no hacían caso solo al PNV, tampoco oyeron a diferentes gentes que les inquirían sobre si recordaban que hace años ellos jugaban sucio, muy sucio, y que reconocerlo les haría honorables para competir en la nueva liga.
Llegó el día definitivo y jugando el partido terminaron empatados, pero en los penaltis el PNV les metió 28.000 goles más, y de repente se convirtieron en perdedores. Habían vendido la piel del oso antes de cazarlo y eso disgusta a cualquiera.
Para simular no disgustarse y alentar a sus seguidores, su líder decidió en su proclama de anoche que han ganado si suman los votos de aquí, allá y acullá para contarse a ellos mismos que son campeones.
Cada elección es cada elección, como cada partido es cada partido, y engañarse a uno mismo para convencerse de que son campeones les puede servir durante cinco minutos, pero desde mañana hasta dentro de cuatro años, aunque no les guste, han perdido el partido.