El otro día presencié una discusión en la que un medievalista no compartía la obsesión de algunos tomistas por anatemizar ciertas interpretaciones problemáticas de Santo Tomás en el siglo XX. Es más, afirmaba que para un agustiniano como él, era evidente que la Modernidad, en lo bueno y en lo malo, nace del aristotelismo del Aquinate. Ante tal afirmación, uno de los presentes le preguntó por el nominalismo. El medievalista lo calificó como una auténtica plaga bíblica, que había nacido como respuesta a los excesos del aristotelismo escolástico, y afirmó que, sin recepción aristotélica, no hubiese habido nominalismo.
Un tercer contertulio afirmó entonces que lo problemático de fondo era el neotomismo como escuela reconvertida en secta, a lo que el medievalista asintió con cierto entusiasmo. Otra interviniente en el debate dijo entonces que también era preciso reconocer que han habido agustinianos que no comprendieron acertadamente a Santo Tomas, siendo acaso Lutero el más conspicuo de todos ellos. El medievalista asintió pero dijo que Lutero fue un agustiniano educado en el nominalismo, lo cual le había marcado para mal.
Vino entonces otro que preguntó por la influencia de los místicos, a lo que el medievalista dijo que la nueva mística había florecido maravillosamente desde el siglo XIV, en un marco de crisis social y espiritual. El problema se dio cuando el concepto de Deus absconditus propio de la mística contaminó de un cierto irracionalismo la teología, llevándola a convertirse en una suerte de devotio moderna, y pasto para el nominalismo y el escotismo.
Lo mejor es que todo esto lo pude presenciar en una red social que suele caracterizarse por ser el sumidero de la mayor podredumbre y vehemencia infundada. Una red en la que abundan las rencillas de taberna y salen a flote los odios más descontrolados. Me quedé perplejo, a la vez que me reconciliaba con el mundo. Hasta en los estercoleros se puede hablar de teología tomista, ¿verdad?