Ya poca Palestina queda.

Paso a paso, Israel la está borrando del mapa. (Eduardo Galeano)

Hace ya 22 años escribí La tentación judía de la inocencia, un texto de denuncia del Estado de Israel y su política de terrorismo y agresión pavorosa contra el pueblo palestino. En ese texto dejé dicho que la conversión de las víctimas en victimarios había dejado de ser simplemente una posibilidad. Ocurre que el lenguaje permite justificar el pasado para invertir los papeles: el oprimido en opresor, la víctima de ayer en verdugo de hoy. Es asombroso que los propios herederos del holocausto hayan elegido olvidar lo que fue vivir y morir bajo el desprecio y la constante humillación, la suspensión de los derechos humanos, de los derechos civiles. La política israelí, al hacer del pueblo palestino seres indeseables, menos que animales, escoria, habilita lo impensable: el genocidio.

No voy a comparar lo que fue el terrible holocausto nazi con la matanza que realiza en estos días Israel. Pero más allá de las diferencias en el número de víctimas hay denominadores comunes suficientemente inquietantes. Nazis y sionistas comparten la deshumanización de sus víctimas, como paso previo a su exterminio. Cuando un soldado israelí mata a un palestino piensa que mata a un animal. Mientras el colonialismo israelí continúe, mientras el estado judío siga hundiéndose en el apartheid, la población judía no podrá deshacerse de la mentalidad de preservar la posición de víctima siempre amenazada que explica que los israelíes permanezcan abrumadoramente indiferentes a los crímenes de sus soldados. Hay varias razones para esta actitud, pero son las razones deshumanizadoras de palestinos y árabes en general, así como el sentimiento de impunidad, lo que permite a los verdugos de hoy el poder actuar sin tener que rendir cuentas por ello.

Si tuvieran que hacerlo, rendir cuentas, se verían reflejados en el espejo que les devolvería la imagen de matarifes. Pero como no son llevados a ante ningún tribunal internacional no existen ni espejos ni matarifes en los que verse a sí mismos.

Escribo este texto el 30 de marzo de 2024, una hora después de ver por televisión imágenes de soldados israelíes, burlándose de las mujeres gazatíes, mediante la exhibición morbosa de lencería que les ha sido robada. El alto mando militar dice que investigará los hechos. Dice. Bla, bla. Hasta este punto llega la miserabilidad de los ocupantes. Matan riéndose de las víctimas. No olvido que la matanza de niños y niñas busca evitar que de mayores formen parte de la resistencia. Algo más que el 60% de gazatíes asesinados son menores de edad

En los días que escribí La tentación judía de la inocencia hace 22 años, como en los días actuales, me encontré con la realidad de que las tropelías que sufre el pueblo palestino son tan atroces como las que sufrieron los judíos en los campos de exterminio nazi. ¿Cómo puede explicarse esta mutación tan asombrosa en tan poco tiempo? “Los árabes”, expresó el ultraderechista israelí Ariel Sharon, “solo entienden la fuerza, y ahora que tenemos poder, los trataremos como se merecen”. “Y como solíamos ser tratados”, agregó el palestino Edward Said. Estamos ante un caso claro de conversión de víctimas en victimarios. ¿Cómo ha sido posible?

Quienes hemos visitado Cisjordania y Gaza hemos podido comprobar los métodos del Estado de Israel para someter al pueblo palestino. Su represión es mucho más que física; tiene un fuerte contenido de humillación, de venganza dirigida a golpear la dignidad, las emociones y el mundo espiritual y social palestino. Hemos visto en Hebrón como los soldados saqueaban tiendas, arrojaban las mercaderías al centro de la calle y le daban fuego. Hemos visto amontonamientos de piedras junto a las carreteras que se dirigen al desierto de Judea, allí donde hacía solo días había aldeas y pueblos hasta que llegaron los bulldozers de los ocupantes. Hemos visto como los soldados israelíes arrancan los nombres de los pueblos palestinos, como para borrarlos del mapa y decir “ya no existen”. Hemos visto en Jerusalén cómo se impide a los palestinos y árabes en general el acceso a la mezquita Al-Aqsa, el tercer lugar sagrado para el islam (tras la Meca y la Medina).

Hemos visto lo suficiente como para afirmar que el Estado de Israel utiliza métodos que los nazis desplegaron contra los judíos. Todas las barbaridades que cometen los ocupantes y colonizadores son posibles porque el motor que mueve la ruleta de la muerte, de las bombas, del tiro al blanco, perdón quise decir del tiro a los niños y niñas, es el odio. Los sionistas inoculan un veneno llamado odio a los palestinos y árabes. Con semejante combustible matan y matan. Es un hecho que la mayoría de los 32.000 gazatíes muertos son menores y mujeres que resisten para proteger a sus hijos e hijas lo que les resta movilidad y les impide salvarse a sí mismas.

Aspirando al estatuto de víctima eterna el sionismo culpa al contrario incluso de sus propios estragos. La invocación de los males sufridos por el pueblo judío constituye la base de un discurso que pretende un pasaporte de inmunidad perpetua con el fin de ejercer una violencia despiadada, llamada defensiva, sobre sus enemigos palestinos a quienes considera “simplemente árabes que tienen su lugar natural en Jordania”. La cuestión es tan grave como sencilla: ¿con qué razones puede el ocupante israelí ofenderse ante la resistencia del ocupado y pretender aparecer como víctima? Es absolutamente inaceptable que mientras en el Consejo de ministros israelí se vota a mano alzada la comisión de asesinatos contra dirigentes palestinos, elevando la decisión a categoría de legítima represalia, se demonice la violencia palestina. Curiosamente el terrorismo es considerado arma de los débiles palestinos porque los fuertes israelíes controlan el sistema doctrinario y su terror no cuenta como terror.

El victimismo israelí solo habla consigo mismo para decir: “Tenemos razón, porque estamos solos en una región enemiga”. “Puesto que padecemos tanto los embates del terrorismo palestino somos nosotros los únicos que podemos dictar lo que es justo; nada nos puede ser negado”. La previa deshumanización del enemigo permite programar cómo eliminarlo con toda la buena conciencia del mundo. Posición que alcanza la máxima degeneración del que se declara inocente: “Decido, porque me conviene, que siendo como somos los perseguidos de la historia tenemos derecho a matar desde la inocencia”. La inocencia se vuelve aquí un ejercicio cínico, falso, violento, ilegítimo, oportunista. Isael está fuera del derecho internacional.

Pero detrás del victimismo hay en realidad un proyecto sionista que utilizando la historia y lo religioso como instrumentos, viene justificando la ilegal ocupación de territorios palestinos. Son tres los fundamentos: a) los judíos son un pueblo: mucho más que una comunidad religiosa (cuestión nacional); b) el antisemitismo y la persecución es un peligro latente para el pueblo judío; y c) Palestina (Eretz Israel) fue y sigue siendo la tierra del pueblo judío. Israel no es pues el país de los israelitas sino de los judíos. En las escuelas y en el ejército se enseña la máxima de redimir a Israel, invocando el Antiguo Testamento: esto es se alimenta la confiscación de tierras, la conquista de una tierra concedida por Dios. Por eso, para los sionistas la Biblia es su Constitución.

Con la locura israelí venimos conviviendo sin que ninguna potencia internacional haga nada serio para hacer que cumpla la resolución 242 de Naciones Unidas que le obliga a volver a sus fronteras de 1967. Estados Unidos su gran valedor, su protector en el Consejo de Seguridad, parece desear en las últimas horas un arreglo del conflicto sobre la base de reconocer un Estado palestino, asimétrico y muy limitado en atribuciones. Su esfuerzo está basado en la mentira: al tiempo que habla de alto el fuego envía el mayor cargamento de armas, nunca hecho antes, al sionismo.

Como hace 22 años, en los días actuales, me encuentro con el eterno retorno a las tropelías y matanzas que sufre el pueblo palestino. El odio ciega y hace ver lo que no es. La llamada “legítima defensa israelí” no es otra cosa que odio y venganza volcados sobre personas a las que se niega el estatuto de seres humanos. Por cierto, ¿es el sionismo una doctrina de seres humanos? Dejo de escribir cuando me llega la noticia de que el ejército de Israel, de manera cobarde y cruel, ha arrasado el último hospital de Gaza. Cientos han sido matados en sus propias camas. l

Politólogo especialista en Relaciones Internacionales y Cooperación al Desarrollo