Eso de llamar puta a la presidenta está muy feo. Pero tampoco sobreactuemos con la indignación institucional. Chivite no es la primera lehendakari de Navarra, ni la segunda, en recibir en público semejante calificativo. A Barkos se lo escupieron más de una vez, y a Barcina también, aunque si la memoria no me falla creo que solo en el este último caso la injuria tuvo como consecuencia alguna sanción penal. Protestas en torno al Parlamento Foral también ha habido más de una. Incluso verdaderas grescas por motivos laborales o sociopolíticos. Aparte de la bronca partidista que provocó en el hemiciclo, la novedad de la que el otro día protagonizaron varias docenas de agricultores fue lo poco expeditivo de la reacción policial. Este no es el único país de Europa que está tratando con guante blanco las protestas agrarias. Todos temen un enfrentamiento directo con las gentes del sector primario. Así que toca dar carta blanca a los bloqueos de vías públicas y hacer como que no he visto nada cuando la cosa se desmanda. Por sacar de la carretera un coche de la Guardia Civil, como ocurrió el mes pasado cerca de Pamplona, cualquier miembro de cualquier otro colectivo estaría en el mejor de los casos en libertad condicional en estos momentos. Por solo un poco más hay gente a la que instancias judiciales acusan de terrorismo. Luego ves a una derecha que nunca ha apoyado una reivindicación laboral cómo les aplaude con las orejas y empiezas a entender un movimiento que más parece ir contra la agenda sanitaria y medioambiental que contra los grandes intermediarios de la cadena de valor agropecuaria y las empresas –españolas, por supuesto– que exportan productos agrarios producidos bajos reglamentaciones más laxas. Es verdad que hay también mucha reivindicación justa y que en el colectivo hay de todo. Pero lo que más asoma enfría hasta niveles polares el apoyo de buena parte de la sociedad a estas movilizaciones.