Europa cobarde, Europa cruel. Así es como veo la deriva de una región del mundo que va perdiendo la capacidad de sentir con el corazón. Una Europa que raptada por los mercaderes se aleja cada vez más del sufrimiento humano. Cobarde por su comportamiento siempre servil a Estados Unidos y a Israel, a la razón de la fuerza; a la realpolitik. Cruel por no oponerse a los genocidios de nuestros días, en Gaza, en el mar Mediterráneo. Hubo un tiempo en que el fiel de la balanza entre raptada y raptores estaba inclinado del lado europeo, hoy es lo contrario. La Europa que lucía una hegemonía ética se ha venido moralmente abajo, bajo la presión de los raptores. En realidad, esta Europa gobernada por la derecha nunca fue referencia reconocida por otros. Somos nosotros quienes nos autocoronamos como los mejores.

Europa soporta un doble rapto. Desde fuera, por quienes le expropian en favor de otras áreas geográficas; desde dentro, como pérdida de sentido, como enajenación. La que tenía en el frontispicio grabadas los valores de solidaridad, de justicia y de paz, y en nuestros días justifica las muertes de 30.000 gazatíes.

Europa se engaña a sí misma, se miente, practica consigo misma los juegos de trileros.

Europa es cualquier cosa. La respuesta es que nos encontramos ante una Europa de los mercaderes. Una Europa que engaña, y que poco tiene que ver con la Europa imaginada por los que la idearon y pensaron poco después del fin de la Segunda Guerra Mundial. A mediados del siglo XX, tras dos guerras mundiales y en medio de la depresión, la idea de la Unión Europea surgió como el remedio a tanta enfermedad –entre ellas el peligro alemán–, y la posibilidad de regresar al esplendor perdido. Pero el sueño de los nuevos apóstoles como Jean Monnet y Schuman, pronto se vio aplastado por una visión triunfante, una teología de la economía que se presume como una verdad irrefutable, fuera de la cual está la nada.

En los años setenta se impuso el diseño de las élites financieras, de las multinacionales, y fue creándose una Europa de las elites poderosas. Entonces, Europa fue arrebatada por el gran raptor, ese señor feudal del siglo XX: el libre mercado neoliberal. Perdida su oportunidad, otra vez, la construcción europea impuso la máxima de que el bien de las grandes corporaciones es el bien de la ciudadanía. Así vivimos en una Europa que participa del declive del ideal democrático, en la que la ideología de la libre empresa es como las tablas de la ley, en la que el tecnoburocratismo se ha instalado en los puestos de mando y es incapaz de pensar y tener una política social digna de ese nombre.

Sin corazón y sin alma, Europa proclama los derechos de ciudadanía, pero no obliga a su cumplimiento. La Unión Europea dice fundamentarse en lo que ni cumple ni está dispuesta a cumplir. La Unión Europea no dispone de un organismo de vigilancia que obligue a los gobiernos a cumplir con la Constitución instituida para avanzar en una unidad política.

El artículo 1- 2 dice: “La Unión se fundamenta en los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías. Estos valores son comunes a los Estados miembros en una sociedad caracterizada por el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la igualdad entre mujeres y hombres”.

No he visto en la Constitución Europea una advertencia que diga “el presente artículo no es de obligado cumplimiento, es solamente ornamental”. La carta magna que es el marco en el que se integra la UE, afirma el derecho al trabajo, el derecho a la vivienda, el derecho a la educación, el derecho a la salud, el derecho a la participación democrática de la ciudadanía, el respeto al medio ambiente y la igualdad de género. No he visto que estos artículos estén escritos con letra pequeña, en un margen, o con tachaduras. Al contrario, están plasmados en la Constitución de la misma manera que los articulados que afirman las obligaciones de los Estados para con la Unión en materia de finanzas. ¿Por qué no hay una fiscalización sistemática que vigile a los gobiernos sobre sus obligaciones en materia de derechos sociales y derechos humanos?

Vivimos en una UE raptada por los poderes económicos que han convertido sus estructuras políticas en funcionales a sus intereses minoritarios y han reducido la democracia al minimalismo. Recuerdo al que fue presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, que colaboró como ministro de Luxemburgo a que numerosas multinacionales burlaran sus obligaciones fiscales en distintos países para acogerse a las ventajas que les ofrecía el pequeño país convertido en paraíso fiscal.

Ciertamente, el futuro político de una Europa que en Ucrania ha escogido el camino de la guerra, sobrevalorando y jaleando para ello una fortaleza militar que Ucrania no tiene, animando de este modo que miles de jóvenes mueran en defensa de su patria, algo loable a lo que tienen derecho, pero injusto, sobre todo, cuando ya se conoce el desenlace trágico final. ¿Qué decir de la guerra contra Gaza? Europa apoyando sin condiciones a una elite sionista empapada de crímenes de guerra. Europa, sin permiso de sus sociedades, nunca consultadas sobre una colaboración criminal que ya suma más de 30.000 muertos, el 40% niños y niñas. Europa, más vieja que nunca, se cae a pedazos. El entusiasmo que en un pasado despertaron los valores culturales y espirituales que Europa vendió para su mayor gloria están siendo sustituidos por la incredulidad. Los amos de las finanzas, los dueños del dinero, los ladrones de la democracia, están ganando batallas reaccionarias. Y refuerzan con sus posiciones las vías de la guerra.

La llamada Unión Europea tropieza con disparidad de intereses cuando se trata directamente de política. Un brutal economicismo explica que la integración europea no se ha hecho con más democracia sino con menos. No se ha hecho considerando a los actores sociales del mundo del trabajo, ni de los pueblos, sino imponiendo a unos y otros decisiones, reglamentos y directivas, que consagran la hegemonía de los intereses del capital que manda sobre los Estados. Entre tanto, la separación entre las instituciones europeas y la gente es tan relevante que muy pocas personas comunes son capaces de identificar los organismos y funciones de la Unión Europea. En fin, no hay transparencia sino opacidad. No hay democracia participativa sino déficit alarmante de participación y de control real sobre los organismos que nos imponen decisiones. No hay una Europa para todos sino una edificada a la medida de los intereses de unos pocos. Y esos pocos son los raptores de Europa.

El artículo 1-3 de la Constitución afirma: “La Unión fomentará la cohesión económica, social y territorial y la solidaridad entre los Estados miembros”. Soberano engaño.

Muchas veces pienso que nos están preparando por una nueva guerra mundial. No es una mera impresión, sino la consecuencia de un lectura real de lo que ya está ocurriendo.

Politólogo especialista en Relaciones Internacionales y Cooperación al Desarrollo