El 29 de febrero, esa jornada que emerge cada cuatro años en nuestro calendario gregoriano, ha sido motivo de curiosidad, superstición y, en ocasiones, de celebración. Nos enfrentamos a una rareza temporal, un fenómeno que no solo despierta el interés de los calendarios, sino también la imaginación colectiva. ¿Por qué necesitamos agregar este día adicional al mes de febrero cada cuatro años? La respuesta se encuentra en la necesidad de mantener nuestros calendarios sincronizados con el movimiento real de la Tierra alrededor del sol.

El origen del año bisiesto se remonta a la discrepancia entre el calendario juliano, utilizado en la antigua Roma, y el año solar real. El calendario juliano, establecido por Julio César en el 46 a.C., constaba de un año de 365 días divididos en doce meses. Sin embargo, el año solar real tiene aproximadamente 365.25 días. Esta diferencia, de alrededor de un cuarto de día por año, generaba un desfase significativo con el tiempo.

Para resolver esta discrepancia, el papa Gregorio XIII introdujo el calendario gregoriano en 1582, el cual incorporó el concepto de año bisiesto. Este calendario establece que cada año divisible por 4 sea un año bisiesto, excepto los años centenarios que no sean divisibles por 400. Esta precisa regla mantiene el calendario sincronizado con las estaciones y los eventos astronómicos.

Pero más allá de su función práctica, el 29 de febrero también ha dejado su huella en la cultura y el arte. A lo largo de la historia, este día ha sido mencionado en obras literarias, utilizado como telón de fondo para eventos importantes y, en algunos casos, incluso considerado como un momento propicio para decisiones trascendentales.

En la literatura, la célebre autora Agatha Christie exploró este día en su obra El misterio de Listerdale y en el relato corto Un accidente de coche. Estas historias envuelven al lector en intrigas y misterios que se desarrollan en el contexto singular de este día excepcional.

En cuanto a las culturas que celebran este día de manera especial, encontramos diversas tradiciones y supersticiones. En Irlanda, por ejemplo, se dice que las mujeres pueden proponer matrimonio a los hombres el 29 de febrero, una costumbre conocida como “el día de la propuesta”. Esta práctica, que se remonta a siglos atrás, desafía las convenciones sociales y añade un toque de romance y aventura a la fecha.

Ayer, 29 de febrero, el espacio cultural Zas Kultur organizaba un taller de estampación en conmemoración de esta fecha singular. Aprovechando que este ajuste de nuestro calendario coincidía en jueves –día reservado para actividades en Zas durante todo el año– el equipo de este lugar alternativo, centrado en la creación contemporánea, nos invitaba a través de un ejercicio de creación gráfica a reflexionar sobre la peculiaridad de este día y sobre todas esas rarezas y rara avis que nos rodean en nuestras vidas. El mundo nunca deja de sorprendernos con sus singularidades…