Mal trago para Pedro Sánchez en el Congreso o simple contraste con la realidad. Su primera macro ofensiva legislativa la saca con fórceps porque lo fio todo a la teoría de “o yo o la derecha rancia”. Eso ya lo inmortalizó Vito Corleone con su célebre “le haré una oferta que no podrá rechazar”, pero Sánchez carece hoy de la autoritas y de la potestas para exigir favores: ni intimida ni tiene crédito ilimitado. Así que no le basta con acoger en sus decretos una parte de las demandas de sus socios –para conservar el apoyo crítico del PNV– o ninguna –para conservar el gratuito de EH Bildu–. Necesita los votos de Puigdemont y los de Belarra y, si el primero tiene claro que va a apretar aunque se rompa lo que haga falta, la segunda conserva la ira de la compañera de viaje repudiada.
Sánchez puede esperar de sus socios que propicien un grado de estabilidad que facilite desarrollar políticas cuyo diagnóstico puedan compartir, pero no puede pretender diseñar su modelo de espaldas a ellos. Los decretazos impiden debatir y negociar demasiados aspectos de calado para convertirse en el proceder de la legislatura. Son el germen de la desconfianza y, si sigue por ahí, durará poco.
Normalizar compromisos y cumplirlos es la hoja de ruta de la estabilidad del Gobierno. No la encontrará corriendo de un lado a otro del Congreso en busca del PP cada vez que pretenda legislar en contra de los intereses de sus socios de investidura. La derecha seguirá denunciando como chantaje toda negociación que no pilote. En el imaginario que ha impuesto a un amplio sector de la opinión pública española –del que es cómplice durante décadas el propio PSOE–, chantajean los soberanistas catalanes y vascos cuando reivindican materializar su especificidad a cambio de sus votos. Sin embargo, ven razonable la extorsión mediante el secuestro de la legislación estatutaria –incumplimiento del aprobado por los vascos– o su agresión vía tribunales –modificación unilateral del ratificado por los catalanes–. Hacen política con dinámicas de cosa nostra para que siga siendo solo cosa suya.