Le oyes hablar y lo primero que te preguntas es qué se ha metido este hombre. En sus mítines emula a las superestrellas de rock y a los predicadores evangelistas. En los debates, divaga, grita e insulta. Es como un cruce entre Benito Mussolini y Lady Gaga, pero con acento porteño. También podría serlo entre Andrés Calamaro y Pilar Primo de Rivera. No sabes cuándo te da más miedo, cuando sonríe o cuando ensombrece su semblante. Y lo que se sabe de su vida personal es casi tan inquietante como el contenido de su programa político. Javier Milei es un puro horror, un esperpento, pero los argentinos y las argentinas acaban de votarle de forma casi masiva para ser el presidente de su república los próximos 4 años. A qué niveles de hartazgo y decepción por todo y por todos han tenido que llegar, para que hayan depositado su confianza en un candidato semejante. Por no hablar de la calidad o fiabilidad de sus contrincantes. No es que Argentina, como muchos otros países de su entorno y fuera de él, pueda presumir de una orla de mandatarios con historial ejemplar. Estamos hablando de la nación que inventó el peronismo. De los mil golpes de estado militares a lo largo del siglo XX. De las mil crisis económicas agravadas por la ineficacia y la corrupción. Pero esto de ahora tiene una pinta fatal, como de suicidio colectivo al grito de a la mierda todo. Si es verdad que cada pueblo tiene lo que se merece, algún horrendo pecado han debido de cometer en algún momento de su historia los y las habitantes del país austral. Mucho más bajo dudo que puedan caer. Eso sí, el que piense que estas cosas solo pueden pasar al otro lado del Atlántico que vaya apretándose los machos. Ya pueden Sánchez y los que le han apoyado ir haciendo bien las cosas aquí. Por lo que pueda venir.
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