Un jovencísimo Santiago Abascal –por entonces ‘Santi’–, en pie junto a Carlos Urquijo, ambos concejales del PP, y cerca también de su padre –que por entonces era ‘Santiago’–, rodeado de energúmenos, recibía en un ambiente de altísima tensión insultos, amenazas, zarandeos, escupitajos y empujones al grito de “fascistas”, “asesinos”, “lapurrak” y “Euskal Herria askatu”. Fui testigo directo como periodista de aquel linchamiento el 14 de junio de 2003 en el pleno de constitución del Ayuntamiento de Laudio, con la izquierda abertzale ilegalizada. Por entonces, “los violentos” siempre justificaban sus acciones con los mismos argumentos: todo era fruto de la “indignación popular”, el responsable y culpable era siempre el Gobierno español, o el vasco, o la Ertzaintza, o “el Estado fascista” y la policía actuaba siempre bajo directrices políticas “contra el pueblo”. Recuerdo un caso en el que defendían que un ataque con cócteles molotov a una furgoneta de la Ertzaintza que causó graves quemaduras a varios agentes era un “acto proporcional a la gravedad” de las acciones de la policía vasca. Como la historia es tan caprichosa con algunos personajes, ahora Santi encabeza manifestaciones nacidas de la “indignación popular” (sic) y cuando los suyos, pertrechados de símbolos fascistas, provocan incidentes graves y atacan sedes de partidos y a la policía –los veremos ante el Congreso–, habla de que “el pueblo protesta” y el culpable es... el presidente del Gobierno. Todo lo malo se copia. El fondo y las formas: idénticas. El problema es que también el PP, toda la derecha, ha olvidado el suelo ético. Antes, en Euskadi, cuando un grupo político era cómplice de la violencia recibía la exclusión política como respuesta. Los demócratas (¡ay!) le echaban de las responsabilidades institucionales, incluso mediante mociones de censura. Ahora, el PP seguirá gobernando con la ultraderecha de Vox, instigador y perpetrador de los últimos ataques. No vaya a ser que estos aprendices de fascistas, encabezados, quizá, por Santi, vayan a un pleno a insultar, amenazar, zarandear y escupir. O peor: El fascismo es su herencia; Trump, su maestro.