Cuando era niño, le gustaba el fútbol y jugó al fútbol en un buen equipo. Decían que era una promesa. Pero con 17 años, cuando le iba a fichar un importante equipo, se rompió el menisco. Su meta de seguir dando patadas a un balón, se esfumó. En el tiempo del reposo pensó, pensó y tanto pensó que casi se le rompía la cabeza cada noche, para volver a reconstruirla al día siguiente.

Un día se puso delante de un espejo y se dijo a sí mismo como una promesa: yo quiero ser periodista.

Su padre no aceptó la opción y tuvo que estudiar, para complacerle, la carrera de perito mercantil. Cuando terminó, le entregó el título a su padre y se fue a Barcelona a estudiar Periodismo. Terminó la carrera en Madrid y fue el primero de la promoción.

Al volver a Barakaldo, como un juego, fundó un periódico colegial que se llamaba Atalaya. Allí empezó sus primeros pasos como periodista; en el colegio de los salesianos de Barakaldo, donde aprendió sus primeras letras. Se llamaba José Mari.

Su vida, como periodista, fue intensa y tan valiente en sus reportajes, que perdió esa vida. Nuestra hija Miriam solía y suele decir: “¿Por qué nos has dejado solos, porqué has sido tan arriesgado? Es injusto que te asesinaran tan joven”. Posiblemente, quien lo mató no sabía que tenía cinco hijos –y si lo sabía, le dio igual–. Ten cuidado, le decía su madre. Pero él, como el niño eterno sin miedo, siempre le tranquilizaba: “Mamá, nunca pasa nada” y unos segundos después, añadía: “Y si pasa, qué”. Hay anocheceres que sólo nos gusta releer nuestra vida. Y nos ponemos tristes, pero “nunca pasa nada”. Mañana será otro día. Así han pasado 45 años del asesinato de José María Portell.

En el colegio de los salesianos sigue publicándose por los antiguos alumnos ese pequeño periódico sin pretensiones, Atalaya. Del primer número ha pasado más de medio siglo.

Sus compañeros de clase, sus amigos y profesores, tuvieron una idea. ¿Por qué no creamos un premio literario con su nombre? La idea emocionó a todos. No había ningún patrimonio para iniciar la primera convocatoria. Pero, como los ángeles existen y las casualidades no, la convocatoria se hizo. Primero se pensó en los niños, después en los jóvenes y al final también en los padres. “¿Qué modalidad elegimos?” Alguien dijo poesía, otros un cuento y, para que nadie se enfadase, se convocaron premios de poesía y de cuento en los distintos niveles de edades. Hay una familia que acude al completo: madre, padre y dos hijos. Escriben muy bien y suelen ganar. El año pasado recuerdo una niña de seis años que cogía temblorosa un premio. Era una poesía corta, escrita con la ternura de la inocencia

Este año se han presentado casi un centenar de trabajos de todos los rincones del país; Gipuzkoa, La Rioja, Barcelona… Se han elegido 44. Hoy, viernes, 27 de octubre, a las 6 de la tarde, en el salón de actos del Colegio de los salesianos de Barakaldo, tendrá lugar el reparto de premios. Con los años los invitados aumentan y siempre contamos con la presencia de la alcaldesa de Barakaldo, concejales y algún periodista. Aunque somos muchos, el festejo es íntimo, tan íntimo que al final autoridades, premiados y público, estamos invitados a un sencillo piscolabis.

Cada niño no se va con las manos vacías. Para los primeros ganadores hay trofeos preciosos en metacrilato, con una aportación económica y después, cada participante, recibe un diploma. Todos vuelven a casa felices y nunca olvidarán que un día de noviembre mandaron sus versos y cuentos al Concurso literario José María Portell. Entre los premiados de otros años hay quien ha publicado novelas y poemarios preciosos. El año pasado los organizadores –entregados en cuerpo y alma–vistieron frac y pajarita. Un traje que algunos han olvidado y significa honor y respeto. La ropa nos viste el cuerpo y el recuerdo nos viste el alma. El futuro es, como dice una amiga mía, igual que una noche de violines.

Este viernes pensaré, como todos los años, que la vida son encuentros que se van envolviendo lentamente en las cuerdas de un violín. Siempre habrá un artista que componga una melodía. Una música en las galaxias que en el futuro, con la melancolía del tiempo, se haga un sonoro recuerdo.

Sé que las palabras no sirven de nada, pero sentir que unos compañeros han mantenido durante años estos premios, emociona. La palabra gracias, nunca es suficiente.

Periodista y escritora