ante el recrudecimiento bestial de la sinrazón que está ocurriendo en la franja de Gaza, prefiero reflexionar sobre una de las claves del problema: el terrorismo es la consecuencia final de actuaciones previas consolidadas en el tiempo. Es por lo que recordamos que no son lo mismo islamismo e islam. Y cuando los confundimos, estamos convirtiendo en enemigo a más de 1.500 millones de personas. Algo similar ocurre en el judaísmo a la hora de equivocar la parte con el todo.

La sinrazón que destruye

El Movimiento de Resistencia Islámica o Hamás, con su grupo paramilitar Al Qassam, representa un intento claro de panislamismo que trata de crear una estructura internacional sostenible. Pretende con el terror la internacionalización del conflicto con Israel utilizando el credo religioso, y sirviéndose de él para actuar al margen del control de los Estados, aunque sea la Autoridad Nacional Palestina. A esto se presta gustoso Irán y algunos otros países. Se aprovechan del llamado “radicalismo islámico” que pretende el retorno a las raíces de la fe musulmana mediante una violencia fanática en su intento de aniquilación judía.

Existe un desarrollo similar en la historia reciente de Israel. Los rápidos éxitos militares israelíes lograron una gran euforia y el resurgimiento de valores religiosos que el nacionalismo sionista había ocultado. La “Guerra de los seis días” (1967) representa la usurpación de nuevos territorios en Jerusalén Oriental y Cisjordania, lo que es interpretado como una promesa mesiánica por los grupos fundamentalistas judíos. Estalla una radicalización religiosa sin precedentes, incluso en la diáspora, acompañada de un peligroso viraje xenófobo. El actual Gobierno judío se apoya en los fundamentalistas judíos, aunque los deteste; de hecho, están en el actual gobierno israelí.

A partir del asesinato del primer ministro israelí, Isaac Rabin (1995) surge un renovado interés en el estudio del fundamentalismo judío y su conexión con acciones terroristas. Hasta tal punto fue así que, ya en aquél entonces, se comentó que su muerte había contado con el respaldo de sectores extremistas de la sociedad israelí que concebían la Torá como algo más importante que las leyes de gobierno del país. Al final, esta actitud lleva a rechazar la democracia misma.

Resulta evidente que los fundamentalismos islámico y judío presentan similitudes en cuanto a la religión y su utilización, la oposición al proceso de paz árabe-israelí y a la innovación, por parte de los más radicales. Pero no es posible resolver los problemas sociales y políticos mediante la lectura literal de los respectivos textos sagrados (Corán y Torá) y el sometimiento del modo de pensar y actuar a un conjunto de principios teocráticos. O lo que es peor, utilizando estos sentimientos con fines expansionistas, que es lo que está ocurriendo. Todo esto genera fanatismo y violencia extrema. Los envoltorios del poder tienen nombres diversos: puritanismo, fundamentalismo, integrismo… Artefactos ideológicos para imponerse por la fuerza. Es algo tan antiguo como el catarro, y desgraciadamente sigue siendo fuente de horrores y genocidios como el que ahora estamos viviendo. No brotan de un cabreo espontáneo.

Las clases sociales más desfavorecidas del llamado “mundo árabe” han recurrido al islam como un medio de protesta social. Y resulta atrayente, puesto que se confunden lo etnográfico, lo religioso y lo político en un discurso único de resistencia frente a lo que representa Occidente, en este caso representado por Israel. Esta forma de militancia en el islam defiende las estructuras familiares y su sistema de funcionamiento y de autoridad basado en el tradicionalismo. La propuesta de retorno a los primeros tiempos en su versión tradicional se convierte en un activismo que se enfrenta a la política y a su participación en ella. Este paraguas socio religioso acaba generando, inevitablemente, tensiones e injusticias entre religión y política que aprovechan los grupos más desalmados, como Hamás o Hizbulá (“Partido de Dios”) en Líbano, con vínculos desde su fundación con Irán y con Hamás. En definitiva, que los extremos se tocan.

La guinda macabra viene de esta pregunta: ¿ha financiado Israel a Hamás, como hizo Estados Unidos con los afganos de Bin Laden para que combatieran al gobierno pro soviético de Kabul? Diversos medios acreditan que Israel se afanó en engendrar a la organización terrorista Hamás para frenar al gobierno legítimo palestino, con sede en Cisjordania. Incluso el periódico israelí The Jerusalem Post publicó unas declaraciones del primer ministro Benjamín Netanyahu ante miembros de su partido: “El dinero para Hamás es parte de la estrategia para mantener divididos a los palestinos”.

Nada de todo esto, de la sinrazón que aplasta a Gaza y sus alrededores, está escrito en la Torá, ni en el Corán, ni en ningún otro libro sagrado. Es una destrucción planificada del ser humano. Qué gran pena.

Analista