Septiembre evoca muchas cosas y pocas son buenas. Antes que el 11S estuvo el golpe de Pinochet del que se cumplen 50 años, la muerte de Neruda, el terror de Septiembre Negro, “melancolía en septiembre” y sobre todo los exámenes sumarísimos, con su amenaza de última oportunidad. En la tele es la hora cero de la temporada y el momento en que las cadenas se juegan dinero y fama. Para Telecinco es especialmente decisivo con sus cambios de modelo tras la corrosiva época de Vasile. Su sucesor, Alessandro Salem, ha dicho que lo suyo es “cambiar y no tener miedo”. Por lo ya visto, su proyecto es una reforma que no alcanza el cambio. Una de las expresiones de esa mudanza es el nuevo formato de Jorge Javier Vázquez, Cuentos chinos, tan caótico como un bazar oriental en el que el amasijo de bragas, pilas y sartenes en el mismo espacio es una teoría del desbarajuste. El resultado es, además de la desafección del público, con apenas el 8% de audiencia (la mitad que El Hormiguero), un fracaso por su enmarañado contenido. Tener colaboradores voluntariamente ridículos como la exministra Celia Villalobos añade un mayor deterioro, aunque la cómica Susi Caramelo y la santurtziarra Anabel Alonso se salvan del naufragio. ¿Qué músico, escritor o actriz autoestimada querría acudir al plató de semejante engendro? Hoy le toca pasar examen a Ana Rosa Quintana, desterrada de las mañanas para llenar el vacío de la telebasura. Su espacio TardeAR es un reto de cuyas consecuencias dependen los afanes de Salem. No creo que con los mismos nombres, iguales productoras e idénticos conceptos de televisión puedan aprobar. Cambiar exige derribar muros y no dar una mano de pintura. En Antena 3 y los desempleados de Sálvame no caben en sí de gozo.
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