"Los años arrugan la piel, pero renunciar al entusiasmo arruga el alma." - Albert Schweitzer

Hay que poner las manos en concilio para aplaudir la paciencia y serenidad de la ciudadanía ante todo este periplo electoral que nos ha atravesado, convulsionando un verano tocado de volterianismo, en el que el esperanzado triunfo que soñó el PP ha zozobrado por el error de Feijóo al navegar con Vox. Decía Julio Camba que Galicia es una tierra de sardinas y de políticos; al parecer, el líder del PP no ha estado a la altura de las sardinas plateadas de su tierra.

Pedro Sánchez, contra todo augurio, no ha visto a la rosa socialista transformarse en su corona de espinas. Salvo un hipotético entendimiento entre los dos grandes bloques, la gobernanza del país dependerá del sabor de los caramelos que se ofrezcan a las fuerzas políticas menores, sin que se cierre la posibilidad de nuevas elecciones.

El liderazgo ilusionante sigue permaneciendo en las cunetas del sendero político. El tiempo dice al hombre su palabra y, en democracia, le recuerda al Gobierno su condición de ceniza electoral. Tenemos más sentimientos que pensamientos y no nos gusta que nadie, en la greña jacobina, nos lance sus piedras, por muy góticas y labradas que estas sean.

La confianza en la clase política está muriendo en España por consunción, y se conserva por las transfusiones de sangre aportadas mediante los resquicios de esperanza que siempre mantiene la criatura humana, pese a su estado de domesticidad. Los preciosistas de la política han visto arder el idealismo que impide volver a inventar España, tan profanada por las inhumanas ideologías que brotaron de las fuentes del fanatismo.

Estamos ahítos de tonterías atrabiliarias y extravagancias políticas que han producido desgaste y hastío, contagiando desinterés hacia el prójimo y retrocediendo el ciudadano hacia un ente hermético e insolidario que deriva en la dura soledad de una sociedad consciente de la falta de humanización activa y desorientada en el modo de retomar el camino correcto.

El principio de libertad nos lleva a no ser gobernados por dogmatismos fanáticos de cualquier ideología. Hay una frase que dice: el poder corrompe; el poder absoluto corrompe absolutamente. Además de la política y, pese a ella, sobrevolándolo todo, están las personas, la evolución de nuestra especie, su conciencia, entusiasmo y necesidad de vivir.

La existencia humana, tan impregnada de prisa, está olvidando las horas de sesenta minutos que pausaban los días, dejándonos espacio para el grato cosquilleo de las sensaciones y emociones que nos llegan a través del amor, la empatía, el deslumbramiento y la admiración, como prólogo deseado del equilibrio emocional.

Necesitamos fomentar la estimación mutua, la ternura sostenida en el tiempo, la capacidad de observar cómo los campos, en su repetida y bella monotonía, vuelven a dar sus flores, que nunca son las mismas flores. Valoremos el premio sublime de la soledad dulcemente acompañada y pongamos espuelas al desmayo para aprovechar las verdes horas que nos regala la vida; hay quienes dimiten de ella por temor a vivirla, incapaces de soñar hasta el insomnio.

Estamos cayendo en un tránsito inverso de la edad adulta a la infancia de la feliz ignorancia; nos entregamos a todo tipo de ejercicios físicos y a pocos intelectuales, poniendo de manifiesto un evidente desequilibrio que nos mantiene aletargados hasta caer, cada noche, en esa frontera del sueño donde el ser humano afronta su rigurosa intimidad y sus insobornables verdades, buscando la luz en el laberinto inconfesable de nuestros más íntimos pensamientos; cuando la autocrítica se revela contra nosotros mostrándonos remordimientos, frustraciones, clarividencias y verdades que aparecen como fantasmas de la noche, aportando o restando coraje para el nuevo amanecer que vuelve a ponernos en pie sobre la vida.

El mundo bulle en una mediocridad que olvida el sufrimiento ajeno y desvía la mirada. Ansiamos, cuando muere el día, tener a nuestro lado unos ojos que nos acojan con dulzura en sus pupilas, rescatándonos del lado oscuro de la vida por el que caminamos como impostores de nosotros mismos. El mundo sería mejor si, además de la higiene diaria, se pasara un paño limpio por nuestras conciencias cada mañana. Queremos transmitir valores, pero los padres actuales padecen un verdadero empacho de teorías pedagógicas y ven a sus hijos, con preocupación, transitar curiosos como almas vagabundas que se enfrentan al arrebato del amor, como flor que la tempestad agita y quiere ser saciado.

Pocas veces nos paramos a observar algún rayo de luna o las nubes rodando sobre un fondo de estrellas, que serenan el alma dolorida de una memoria colectiva y fatigada, como un ave, por el esfuerzo que requiere el vuelo de la vida. Es conveniente hacer un alto y tener presente que debemos saber escuchar el viento y la lluvia como emblemas de la libertad.

La vida, nuestra vida, al igual que una prenda, se debe adaptar a nuestra medida para hacerla cálida y confortable. Hemos de recordar que las palabras, tantas veces no pronunciadas, liberan a los pueblos de sus pecados pretéritos y de la oscuridad del pensamiento, siendo conscientes de que la humanidad ha caminado sobre hogueras de fuego apagadas con su sangre y sus sudores, y que el poder siempre tiene halcones de presa a su servicio.

Retornando por el revés del tiempo, vemos con perspectiva los errores de una España que se repite y vuelve a flirtear con la ultraderecha y sus lacerantes heridas, como lo está haciendo Europa, que vio caer del calendario sangriento de la Historia tantas hojas de libertades; hechos que pueden constatar las mentes más romas y en barbecho.

Hay una ceguera social que puede hacer tambalear las democracias del continente europeo. Los ilustres manifiestos de la OTAN no logran terminar con los tanatorios que traen en tornado las guerras, y se especializan en solemnes pésames que se realizan con maestría en nuestra cultura occidental, mientras se reza al capital entre bizantinas discusiones que clasifican el bien y el mal, malversando la Historia y dando paso a un cómodo olvido de muertes, miseria, éxodos y guerras.

El corazón de Europa adolece de una peligrosa arritmia, olvidando que opulencia y privación pertenecen al mundo de lo circunstancial, en el que el drama de la inmigración viene determinado por la mayor o menor fortuna del lugar donde se nace. Occidente se jacta de su filosofía y humanidades, mientras las deteriora en el lodazal de los poderes económicos.

Todos los países capitalistas occidentales se parecen entre sí, siendo un pequeño espejo de Estados Unidos, cuya internacionalización de las costumbres, especialmente las negativas, encuentra terreno permeable en nuestro país. Esto supone un necesario motivo de reflexión ante estas excrecencias que contaminan nuestra idiosincrasia.

En España, las torpezas de nuestro Gobierno se tornan en daños sociales que, en suma, hablan de nuestro propio deterioro como sociedad, alejándonos del romancero de la Transición que rehuía la villanía dando paso a la dignidad. Vivimos tiempos complejos en los que asoma el peso de la incertidumbre de un futuro difícil de vaticinar. Precisamos mantener joven el espíritu y la ilusión, coincidiendo con Azorín en que la vejez es una falta de curiosidad. A la luz íntima de los melancólicos días del otoño, comenzaremos de nuevo a tomar el pulso a la política, confiando en que España, siempre en luna menguante o creciente, llegue algún día a luna llena.