Tras dos años de guerra en Etiopía, se acaban de cumplir cinco meses del acuerdo de paz en Pretoria, Sudáfrica. El enfrentamiento se ha producido entre el Gobierno de Etiopía, apoyado por Eritrea, y el Frente de Liberación Popular de Tigray. Diversos informes reconocen que más de seiscientos mil civiles han sido víctimas mortales en esta cruel guerra, y que quizá han muerto otros cien mil militares en cada bando, y más de dos millones de personas han sido desplazadas en un contexto de hambruna generalizada, mientras que la comunidad internacional sigue mirando hacia otra parte, como sucedía durante el transcurso de la guerra. Hay quien, en ese afán competitivo de nuestros medios de comunicación, dice con frialdad que es la más cruenta del siglo XXI. ¡Menudo demérito!

Nadies

El escenario más sangriento ha estado situado en Tigray, con seis millones de habitantes al principio del conflicto, donde en torno al noventa por ciento de la población es cristiana, de fe copto-ortodoxa, aunque en el resto de Etiopía la presencia del islam se acerca al cuarenta por ciento. Tigray es uno de los estados federales de Etiopía, situado al norte, con frontera en Eritrea. Según Amnistía Internacional, se ha llevado a cabo una limpieza étnica contra la población de Tigray: expulsiones de las viviendas mediante amenazas, homicidios ilegítimos, violencia sexual, detenciones arbitrarias masivas, pillaje, aunque, por desgracia, es lo que suele suceder en las guerras.

Etiopía, con más de ciento veinte millones de habitantes, es uno de los estados más antiguos del mundo y, según el libro Kebra Nagast, es sagrado para los cristianos ortodoxos coptos y para el movimiento rastafari, pues Menelik I, hijo del rey Salomón y de la reina de Saba, reinó en Etiopía y llevó una copia del Arca de la Alianza a Aksum, mientras otra versión dice que es la original, y se encuentra en la iglesia de Santa María de Sion. En el siglo I se formó el imperio Aksum, que perduró hasta el siglo XIII, y fue reemplazado por diferentes dinastías que también reivindicaban su origen aksumita, que finalizó en 1974, con la destitución del controvertido Haile Selassie, que había sido emperador desde 1930. Se ha reconocido su abolición de la esclavitud, su esfuerzo por la paz interna en Etiopía, su función mediadora en África, haber expulsado a los italianos tras la invasión del país, y haber fomentado cierto desarrollo económico, pero no pudo reducir el gran problema de la sociedad etíope: el hambre. Los últimos años vivió en su palacio con excesivo lujo, y de manera excéntrica, tal y como describe Ryszard Kapuscinski en su libro El emperador, cuando la población estaba diezmada por el hambre y la pobreza.

La figura de Haile Selassie, adquirió un nuevo impulso a través de las canciones de Bob Marley. Haile Selassie, Ras Tafari, que fue divinizado también más allá de su país, y tuvo una gran influencia entre los descendientes afroamericanos en Jamaica y en Estados Unidos. Marcus Garvey, activista en pro de la abolición de la esclavitud había recogido la profecía: “Miren a África, donde se coronará un rey negro, porque el día de la liberación está cerca”. Y el mensaje de Garvey animaba a los afroamericanos a prepararse para el viaje. Es la referencia de Bob Marley, en 1992, en su canción: El León, que desea huir a Zion, en Abisinia, la gran Etiopía de entonces, el lugar en el que el libro sagrado Kebra Nagast ubica el Arca de la Alianza de la Biblia.

El caso es que la sequía del año 1970 acarreó la muerte de casi medio millón de personas por hambre y sed, y aumentó la crisis social. En 1974 una junta militar, conocida como Derg, dio un golpe de Estado, lo expulsó del trono, y se inició un período socialista. En 1977, Mengistu alineó a Etiopía en el bloque comunista, rompió relaciones con Estados Unidos y firmó tratados de asistencia con la URSS y con Cuba, mientras Somalia era apoyada por los Estados Unidos, lo que se evidenció en la guerra por el territorio de Ogaden.

En 1991, tras la caída del bloque socialista en Europa, Mengistu, que fue condenado posteriormente por genocidio en un tribunal etíope, fue derrocado por dos organizaciones armadas: el Frente Popular de Liberación de Eritrea, que terminó gobernando Eritrea, y el Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope, que tomó el poder en el resto del país. En esta última coalición, el Frente de Liberación del Pueblo de Tigray ejerció un papel determinante, con Meles Zenawi al frente, que llegó a ser primer ministro de Etiopía desde 1995 a 2012, pues el FLPT había contribuido en gran medida a derrocar al régimen de Mengitsu, y había liderado la guerra contra su vecina Eritrea, que arrastraba décadas de conflicto, con una guerra abierta de dos años, y que finalizó en 2018.

Pero los oromos y los amharas, las dos principales etnias, forzaron en 2018 la dimisión del entonces primer ministro Hailemariam Desalegn, y el nombramiento de Abiy Ahmed, de raíces oromas y amháricas quien, por cierto, fue galardonado en 2019 con el Premio Nobel de la Paz por su actuación en la finalización de la guerra con Eritrea.

El caso es que Etiopía tenía que celebrar elecciones generales en 2020. Sin embargo, a causa de la pandemia, las elecciones se pospusieron de forma indefinida. Y el Frente de Liberación del Pueblo de Tigray, que rompió con el Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope, refundado ya como el Partido de la Prosperidad por Abiy, decidió seguir adelante con las elecciones y celebrar sus comicios particulares en septiembre. El FLTP ganó las elecciones, y el ejército no intervino, pero se produjo una gran tensión y se estaba evidenciando una ruptura. En teoría, el 5 de octubre caducaba el mandato de Abiy, entonces el gobierno del Tigray no reconoció la autoridad del gobierno federal y en ese momento se activa la catástrofe. Cualquier excusa, como que se había atacado una base militar federal para intentar robar munición y armamento, era suficiente para la guerra, y en noviembre el ejército federal ocupó Mekele, la capital de Tigray. Los vencidos, con experiencia en las guerras etíopes y con fuerzas numerosas y entrenadas, que contaban entre sus filas antiguos cuadros militares del estado etíope, huyeron a las montañas, y se produjo un brutal derramamiento de sangre, con la colaboración militar de Eritrea contra Tigray. El brazo armado de Tigray acabó por recuperar la ciudad a finales de junio y ganó parte del terreno perdido, pero la guerra ha hecho casi imposible, también, la necesaria ayuda humanitaria y el trabajo en el campo.

Goitom, un trabajador de la oficina de la Organización Internacional para las Migraciones de Naciones Unidas (OIM) decía: “Hay muchas víctimas, abusos, atrocidades, detenciones masivas y saqueos. La población sufre el bloqueo de la llegada de ayuda humanitaria. La que recibimos no es suficiente, y se ha convertido en algo normal ver a la gente pasar hambre, morir por la falta de medicamentos o sufrir la escasez de agua potable, entre otras cosas”. Además, informes de la ONU certifican que hay razones para creer que todas las partes implicadas son responsables de actos violentos susceptibles de ser considerados crímenes de guerra y de lesa humanidad en una guerra sin cuartel, con sangrientas batallas, bombardeos, masacres y bloqueos impidiendo la entrada de ayuda humanitaria y la salida de los residentes.

El presidente de Etiopía, Aby Ahmed, Premio Nobel de la Paz en 2019, no es el único responsable de las matanzas y de las limpiezas étnicas, pero ante un tribunal contra crímenes de guerra puede que no tenga demasiada defensa. Y la indiferencia internacional de una guerra en la oscuridad, con tantos cientos de miles de víctimas, pues no ha afectado a nuestros alimentos, energía, materias primas... como en la guerra de Ucrania, tampoco tiene demasiada defensa ante un jurado ético internacional.

El Acuerdo de Pretoria, donde se ha pactado el desarme de la milicia y el respeto a la integridad territorial del país, el restablecimiento del orden público, los servicios en Tigray, el acceso sin obstáculos de los suministros humanitarios, y la protección de los civiles, entre otros... tiene todavía muchos frentes abiertos, el más urgente es la escasez de alimentos. Si ya existía un problema alimentario, la guerra lo ha complicado, y la muerte por inanición de una o dos personas cada día por cada diez mil habitantes, mayormente niños y personas mayores, nos deja la observación del profesor Jan Nyssen: “Se usó el hambre como arma de guerra”. Tras tanto sufrimiento, la paz tiene bases muy frágiles. Y si quienes sufren en sus vidas esos golpes, tan fuertes, son pobres y viven lejos, si son “nadies”, no nos resuenan en el alma.

Escritor