Avanza la primavera, brotan las flores y… los festivales. Llega Poetas en Mayo, llega el festival de humor Komedialdia, estos días se desarrolla el Festival Internacional de Cortometrajes, después –ya en junio– vendrá Azkena Rock, más tarde Big Band Festival para dar paso al festival más veterano de nuestra ciudad, el de jazz, y ya en septiembre nos toparemos con otros tres más: Magialdia, FesTVal y el Festival Internacional de Teatro, este último, otro gran decano en el contexto festivalero local. Con la llegada de los fríos otoñales e invernales, el programa se relaja un poco: el Festival Internacional de Música Carmelo Bernaola, Gasteiz Calling, Aitzina Folk y Cortada. Sin citar otros eventos que no dan un paso al frente para vestirse de festival, como puede ser Periodismo a Pie de Calle, Semana de Música Antigua o World Press Photo, aunque podrían hacerlo visto que cualquier cúmulo de heterodoxas actividades sobre una temática determinada que se desarrolla durante uno o varios días seguidos puede ser tildado de festival.
Obviamente, no hay nada que objetar a que en una ciudad se desarrollen festivales a lo largo del todo el año. Y, aunque todos llevan ese sobrenombre, las comparaciones son odiosas porque ni todos ellos se desarrollan bajo los mismos objetivos, ni se despliegan desde las mismas plataformas, ni cuentan con las mismas ayudas institucionales. Realmente, analizar, estudiar, el eco en nuestra ciudad de este formato tan en boga en cualquier ciudad que se precie como tal daría para una tesis doctoral. Porque nos encontramos con festivales orquestados por asociaciones culturales que cuentan con un minúsculo presupuesto conseguido a golpe de solicitar subvenciones a todas y cada una de las instituciones públicas con sede por estos lares. Otros, tienen la suerte de no estar echando boletos año tras año y funcionan con un convenio anual que les asegura el pan edición sí, edición también. Algunos, surgen de empresas. Otros, son de madre institucional. Varios tienen el apoyo de los departamentos de cultura. Pero unos pocos, tienen la suerte de ser apoyados por dependencias con más musculo económico como pueden ser las de promoción económica.
Más allá de un análisis estructural, formal, incluso conceptual, de este formato cultural que está tan en “candelabro”, como dijo en su día una actriz afamada –que no viene ahora al caso nombrar pero es la misma que nos regaló con otra frase que pasará a la historia de nuestro país: “Me encanta como escribe Vargas Llosa. No he leído nada de él, pero le sigo”– queda claro que en nuestra ciudad la clase política y funcionarial apuesta por este modelo. Sería necesario, por lo tanto, reflexionar públicamente sobre él y ver con qué eficacia nutre nuestro propio tejido cultural. O ver si eso le importa o no a alguien. Aunque para conseguir que ese espacio de debate tenga visos de ser creado y apoyado quizá fuera necesario denominarlo Festival de festivales.