A este paso, y a no mucho tardar, dentro de los listados de víctimas de la violencia vamos a tener que incluir en el enunciado “Tipos de vulneración”, subepígrafe “Otros sufrimientos”, el nuevo concepto “Por ofensa o humillación debida a reconocimientos, homenajes o ascensos a victimarios o a políticas de memoria erróneas, excluyentes, equiparaciones injustas o malintencionadas”. Algo así. Lo que daría lugar, a su vez, a más ofensas y humillaciones y a nuevos epígrafes. En este punto, hemos de hacer autocrítica: debimos recelar y desconfiar mucho más aún de los cantos de sirena de aquellos “todas las memorias”, “memoria común”, “todos los sufrimientos”, “memoria inclusiva” y sus diferentes derivadas. Era y es una quimera. Hay quienes no están por la labor, y punto. Las batallitas del relato no hacen memoria, la zahieren y pervierten, la victimizan. Es lo que hay, porque es lo que siempre hubo: quienes se rasgan las vestiduras porque el ministro asciende a teniente general a un guardia civil “implicado” en las torturas por las que murió Mikel Zabalza y que la familia considera, justamente, “una ofensa”, pero tienen en su dirección política estratégica a un exmiembro de la dirección de ETA; o quienes niegan las torturas sistemáticas y minimizan el terrorismo de Estado o los GAL y colocan como asesores a asesinos de ultraderecha. No se trata de equiparar sino de establecer las mismas bases éticas. El papel y las buenas palabras lo aguantan todo, pero en algunos sectores como la izquierda abertzale siempre ha habido una intencionalidad clara en la equiparación de violencias, víctimas –y, su-brepticiamente, de victimarios– y sufrimientos: “todos hemos sufrido”. Es la teoría del conflicto: cuanto más se mezclen las cosas, más se diluyen las consecuencias y las responsabilidades. Jugar a hacer memorias bajo los ropajes de las buenas intenciones y el todos somos víctimas es peligroso e irresponsable. Hay que parar esto antes de que nos salga un monstruo imaginario con cabeza de león, que vomita llamas, tiene vientre de cabra y cola de dragón: una quimera.
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