Los enfrentamientos en Ucrania ente las tropas rusas y la población local podrían durar mucho tiempo si las fuerzas militares ucranianas y sus aliados de la OTAN siguen manteniendo con Rusia un pulso que había parecido imposible hace poco más de un año.
Simplemente esta capacidad de resistencia representa una victoria, tanto militar como moral, para el pueblo ucraniano. Pero esta “victoria” sobre Moscú tiene otra vertiente: los grandes beneficiados por la nueva debilidad económica y militar rusa no son los países occidentales que se le enfrentan, sino el gran rival de estas mismas naciones: China, más que dispuesta a recoger los despojos del imperio ruso y engrandecerse económica y militarmente con ellos.
Y todo esto sin que nadie la acuse de intervenir militarmente o de seguir una política expansionista a costa de su vecino ruso. En otras circunstancias se hablaría de ambiciones imperiales chinas, pero ahora se trata simplemente de prestar su colaboración a un vecino en apuros que es, además, un aliado ideológico: los rusos habrán dejado atrás sus ambiciones de imponer una dictadura del proletariado y los chinos siguen una política económica más afín al capitalismo, pero ni un país ni en el otro tienen tendencias ni ambiciones democráticas.
Los medios de prensa occidentales recogen con fruición las noticias de los problemas económicos de Moscú: menos ventas de gas y petróleo, precios más bajos para sus exportaciones, pérdida de un mercado que se habían trabajado durante décadas, una crisis económica imparable, además de los enormes costos humanos y militares de la guerra, con el perjuicio añadido del éxodo de sectores jóvenes y productivos de su población que han abandonado el país en busca de prados más verdes.
Pero en realidad, lo que la política norteamericana obtiene a través de la OTAN es cambiar un enemigo por otro, es decir el ruso por el chino, con la diferencia de que sería mucho más fácil entenderse con Moscú que con Pekín: a pesar de ser un imperio geográficamente asiático (el 77% de su territorio está en Asia), las tres cuartas partes de la población rusa vive en Europa, es decir, al oeste de los Urales. Y Rusia más bien ha deseado ser europea a lo largo de su historia, a pesar de que no encontró mucha reciprocidad en el oeste, donde la política expansionista rusa y lo que en un momento se veía como una amenaza demográfica y económica, impulsaban a un distanciamiento.
Pekín, en cambio, es un imperio asiático que ha renacido de las cenizas de los dos últimos siglos y que no comparte valores ni ambiciones occidentales. Era una realidad que el mundo tenía presente en las época peores para la China, cuando se convirtió en colonia de diferentes imperios occidentales a pesar de sus siglos de gloria y su avanzada cultura. En el siglo 19 se hablaba del “peligro amarillo”, aunque no se limitaba a China sino que abarcaba otros pueblos asiáticos como el Japón. Se hablaba del “gigante dormido” chino, una alegoría que frecuentemente se le atribuye a Napoleón. Más recientemente fue también un líder francés, Jacques de Gaulle, quien decidió establecer relaciones diplomáticas con la China de Mao, cuando el resto del mundo occidental seguía la posición norteamericana de reconocer tan solo “una China” que en aquella época era Taiwan.
Pero ahora, desde la perspectiva de Washington, la China no parece presentar grandes problemas si nos guiamos por su política en este conflicto. Tampoco hay muestras de que traten de contenerla. Al contrario, además de salir perdiendo en el cambio de enemigo, parece que Estados Unidos, directamente o a través de la OTAN, refuerza a su nuevo rival chino a expensas de la debilitada Rusia.
Y esto ni siquiera significa que cambie a un posible enemigo por otro, porque el peligro ruso se mantiene: la amenaza militar rusa no desaparece, porque esta otrora gran potencia sigue teniendo arsenales atómicos, continúa desarrollando nuevas armas y no deja de indicar que mantiene su amenaza nuclear. Y si su nueva debilidad aparente se confirma, tampoco es una garantía de que Rusia se mantendrá inactiva, como ocurre con un animal herido que puede tornarse aún más combativo.
Durante medio siglo, Washington se preparó para defenderse del rival soviético, a partir de ahora, habrá de estar preparado para añadir también la amenaza china. Pero ahora, a diferencia del panorama de la Guerra Fría el pasado siglo, Estados Unidos ya no es el gran líder económico y militar a gran distancia de sus posibles enemigos: el resto del mundo se ha enriquecido y desarrollado y los nuevo rivales norteamericanos pueden representar una amenaza mucho mayor que la del siglo XX.