Lehen Hezkuntza nos ha hecho la maniobra trece catorce y un atisbo de deberes llama a nuestra puerta. En casa tenemos las cosas claras respecto a este asunto de llevarte trabajo a casa para seguir trabajando después de trabajar, porque lo sufrimos de pequeñas y también de adultas. Sabemos también que se rumorea por ahí que los etxerakolanak fomentan en nuestras criaturas el hábito del esfuerzo y el trabajo, les preparan para el futuro y el mundo laboral. Sin embargo, ya ves tú, en esta familia ese discurso nos suena a viejuno. No somos unos vagos, qué va. Tampoco pretendemos delegar en la ikastola la formación de las chiquillas. Hemos tenido hijas para quererlas, disfrutar con ellas, enseñarles y aprender con ellas, pero también las hemos tenido para cuestionarnos todo. La Educación es fundamental. Mis criaturas van al cole, a veces refunfuñando, y allí se cultivan durante unas cuantas horas. Al terminar, salen al parque que tienen la suerte de tener frente a su ikastola con su jornada oficial de aprendizaje cumplida. Y, mientras inventan juegos, corren o recogen castañas, desconectan y siguen aprendiendo de otra manera que a veces a las adultas se nos olvida. Me pregunto entonces qué ventajas puede reportar para su intelecto el apartarles de esa situación y sentarles en una mesa a completar sumas. Me rebelo contra los deberes, contra las calificaciones y los exámenes porque existen otras maneras de evaluar el esfuerzo, las aptitudes y los conocimientos. Me rebelo porque la Educación siempre debería ser interesante y estimulante, al margen de nuestras expectativas y atendiendo a los intereses de cada criatura. Y yo seré una librepensadora, pero intentaré que mis hijas no caigan en esa trampa que nos ha tendido la productividad y que nos dice que llevarnos trabajo a casa y quitarle tiempo a nuestra vida personal es bueno y beneficioso. Tururú.