Tuve suerte ayer. Fui temprano a la peluquería. Estaba cerrada, y cuando llegaron los peluqueros, fui el primer atendido. Mientras me cortaban el pelo, entre quienes esperaban se hizo un repaso completo a la clase política. Desde la ultraderecha española a la izquierda independentista vasca, pasando por todas las opciones entre medias, no quedó títere con cabeza. Que sólo buscaban en realidad enriquecerse, con poder o sin él. Que sin ir más lejos, que las obras de asfaltado de las calles del barrio no eran necesarias, que las habrán hecho para pagar algún favor.

Agotado el listado de opciones políticas y aireadas las frustraciones, la conversación derivó al futbol. Que si el Athletic, que si la Real, que si el Alavés. Que si tal jugador. Que si tal otro. Y ya pasaron a tratar de las habilidades de algunos jugadores del Real Madrid y del Barça. “¡Ese sí que sabe regatear!”

Fue como cuando unos entendidos de arte pasan de hablar de ilustradores modernos del cómic a hablar de El Bosco. Es otro tono, otra reverencia.

No intervine. Pero me imaginé cómo habría sido.

“¡Ah! ¿Se refiere usted a mengano? ¿Ese que salió en las noticias por haber acudido ante el juez por un tema de impuestos? ¿El que apoyó a tal candidato a presidente de su país, candidato que machaca sistemáticamente a minorías de allí, expulsándoles de sus tierras vírgenes para explotar sus recursos naturales?”

“¡Hombre…!” me responde. “¡No saquemos las cosas de quicio! Yo hablaba de sus habilidades en el terreno de juego”... “Además”, añade, “no generalice usted con eso de que los futbolistas son todos malos, alguno bueno habrá ¿no?”.

“Por supuesto”, dije. “La mayoría. Igual que con los políticos”.

El problema, reflexioné posteriormente, es que se habla mucho de futbol y poco de los futbolistas con emolumentos obscenos, y que se habla muchísimo de políticos corruptos, pero muy poco de política. Y lo peor es que los peores de todos se aprovechan de esa combinación de circunstancias…

@Krakenberger