Falta un solo día para las elecciones parciales americanas, pero es ya casi seguro que el panorama político va a cambiar a partir de mañana: tras dos años de un Gobierno federal monocolor, el Partido Demócrata habrá de ceder parte del poder a sus rivales republicanos y verá paralizadas la mayoría de sus iniciativas. La gran pregunta en estos momentos no es si los demócratas perderán parte del poder. Es si las elecciones traerán una parálisis en el Gobierno norteamericano, o si los republicanos ganarán fuerza suficiente para legislar.

Todo depende de los resultados en el Senado, pues en la Cámara de Representantes los demócratas tienen una ventaja tal que está a punto de desaparecer y con ello quedarán sin resortes para que les bloqueen cualquiera de sus iniciativas.

Pero si los demócratas no podrán legislar, esto no significa tampoco que los republicanos podrán imponer sus programas: si tan solo ganan una de los cámaras legislativas, podrán bloquear a los demócratas pero no legislar porque les frenarían en el Senado. Es decir, ambos partidos pueden bloquearse mutuamente si las dos cámaras están repartidas, lo que lleva necesariamente a una parálisis legislativa.

Si, por el contrario, los republicanos ganan ambas cámaras, podrán imponer su visión política y el único maniatado será el presidente.

Sin embargo, el presidente Biden, quien ya parece desde hace tiempo guiado por su grupo de funcionarios no electos que le controlan de manera discreta y tratan de disimular su aparente senilidad, seguirá simplemente tan inefectivo como antes, sea cual sea el resultado. ¿Qué se puede esperar de estos cambios? Probablemente un avance de las ideas republicanas, pues en los cargos estatales el partido ya tiene una mayoría en estos momentos, que seguro que se mantendrá y probablemente crecerá: hay 28 estados con gobernadores republicanos frente a 22 demócratas, tienen una amplia mayoría en la corte suprema con seis de los nueve magistrados de tendencia conservadora y, además, dominan 30 de los 50 parlamentos estatales.

Claro que estas cifras no lo dicen todo, porque los demócratas tienen sus plazas fuertes en estados de gran población, como Nueva York y California, aunque ambos pierden población. Actualmente, Florida sobrepasa en número de habitantes a Nueva York.

Esta pérdida de residentes se debe a un éxodo hacia estados conservadores y con bajos impuestos como Texas y Florida, donde no hay impuestos estatales, mientras que en Nueva York estos gravámenes pueden superar el 11% y en California hasta más del 13%.

Si estas perspectivas parecen miel sobre hojuelas a los republicanos, es mejor que no echen las campanas al vuelo: las siguientes elecciones son en dos años, lo que significa que a la vuelta de la esquina el país ha de votar también por un nuevo presidente: si los republicanos defraudan –o se pasan– perderán el premio gordo que es la Casa Blanca y probablemente también su mayoría en ambas cámaras.

Algunos demócratas se consuelan precisamente con esta perspectiva: un gobierno monocolor republicano, como podría ser la consecuencia de la votación de mañana, producirá un desgaste de poder que les permitirá a los progresistas recuperar las riendas del poder en 2024.

Pero los republicanos se frotan las manos: tanto si ganan una como las dos cámaras encontrarán la mesa puesta este martes para arrebatar el poder a sus rivales políticos.