El atronador silencio de Jair Bolsonaro muchas horas después de haberse conocido su derrota en las urnas hizo temer lo peor. El candidato vencedor, Lula Da Silva, reiteraba ante los medios su preocupación, ya que “quiero saber si el presidente que teníamos va a reconocer la derrota”. Por toda respuesta, el secretario de Bolsonaro detallaba a quienes le requerían que “el presidente se fue a dormir”. Mal comienzo para un país que acababa de vivir una campaña de altísima tensión y comenzaba a sufrir el bloqueo de veinte estados provocado por transportistas partidarios del candidato perdedor. Como un calco de la derrota de Donald Trump, las redes ya habían anunciado que habría trampa en el recuento de votos. El bloqueo de los transportistas al grito rabioso de fraude electoral semejaba la reacción de los republicanos talibanes y el asalto al Capitolio incitado por Trump tras no asumir su derrota.
Es lo que tiene la derecha, y con más vehemencia aún la extrema derecha, que creen que el poder sólo es justo cuando lo tienen ellos. Ni Bolsonaro, ni Trump, ni Hitler, ni Franco serían capaces de entender que no mandasen ellos. Y con tales enajenadas convicciones, les parece normal recurrir al fascismo, al totalitarismo, al abuso de poder y, si es preciso, a la pura y dura violencia. Conocido, y padecido, este principio por la mayoría del pueblo brasileño, no les queda otra que no fiarse de Bolsonaro y de sus partidarios, de los que han medrado a su sombra mientras ha tenido al país sometido a sus delirios de populista iluminado, de los favorecidos por un sistema económico ultraliberal, de las masas ingentes de ignorantes y de las masas enfervorizadas por avispados predicadores evangélicos pregoneros de la perversión de la izquierda social y moral representada por Lula Da Silva.
Bueno, se preguntarán algunos, ¿y qué nos va a nosotros en este asunto? Pues resulta que Brasil es una de las más importantes potencias económicas, demográficas, ecológicas y científicas de nuestro mundo actual. Un gran país que ha padecido durante los últimos años las políticas dementes de un personaje que no cree en la ciencia, ni en la ecología, ni en la libertad, ni en la supervivencia de los pueblos indígenas, ni en la justicia ni en el puro sentido común. Por supuesto que la derrota de Bolsonaro no va a solucionar de un día para otro los gravísimos problemas en los que ha sumido al país durante su mandato, pero desde una alternativa de progreso se podrán ir reduciendo las enormes desigualdades que ha provocado, se podrá demostrar que la extrema derecha no necesariamente tiene como opción alternativa al comunismo y podrá ser un aviso a las extremas derechas que esperan agazapadas y conspiranoicas tomar el poder en nuestro mundo occidental.
No lo tiene fácil Lula, no. Se ha encontrado un país dividido y un adversario con muy mal perder. Al pueblo brasileño le espera un tiempo de zozobra en el que no podrá descartar ni siquiera el golpe de estado. Es de esperar que la comunidad internacional permanezca vigilante ante las múltiples artimañas que desplegarán Bolsonaro y el apoyo de los sectores a quienes favoreció. Es muy capaz de echar mano de la crispación de los agraviados que él mismo provocó para evitar su fracaso aunque sea por la fuerza.