Se cumplen hoy cuarenta años de la histórica primera victoria electoral del PSOE que llevó a Felipe González a La Moncloa. El destino ha querido que este aniversario llegue precedido –hubiese deseado escribir “condicionado”, “marcado”, “ensombrecido”... pero sería mentira– de la muerte el pasado día 15 de Laura Martín, viuda de Juan Carlos García Goena, triste y cruelmente conocido como la última víctima de los GAL. Ha muerto tras perder la lucha a la que dedicó el resto de su vida: saber quién asesinó en 1987 a su marido, un objetor de conciencia absolutamente ajeno a ETA y la izquierda abertzale; por qué parte de ese grupo terrorista procedente de las cloacas del Estado bajo el gobierno de Felipe González cometió ese crimen año y medio después del anterior atentado y cuando los GAL ya se daban por finiquitados. Ha muerto sin que ni el PSOE ni Felipe González hayan reconocido nunca, como ella siempre exigió, lo que pasó y la implicación del Gobierno. Ha muerto sin justicia. Hoy, Felipe González sigue dándonos lecciones de ética y de política. El mismo que pasó de Isidoro a Felipe, como gran esperanza de la democracia y el progresismo. De ahí pasó a ser ya González. Tras la señal de Garzón, es y sigue siendo conocido como míster X. El presidente bajo cuyos mandatos se cometieron terribles crímenes de Estado, se robó a manos llenas y la corrupción campó sin control. El hombre que, junto a la cúpula del PSOE, fue a despedir y abrazar a los condenados Barrionuevo y Vera a las puertas de la cárcel de Guadalajara. El hombre que asegura que pudo haber decidido “volar” a toda la cúpula de ETA reunida en una casa y dijo que no: “Y todavía no sé si hice lo correcto”. Felipe González ha envejecido mal. Sus facciones se han hecho más duras y ásperas. Su rostro refleja crispación. La cara es el espejo del alma. No parece un anciano feliz. No lo puede ser. Mañana celebrará ese 40º aniversario en Sevilla. Espero que, pese a todo, Laura Martín haya muerto en paz.