Con el calor de tan altas temperaturas y el límite del aire acondicionado, el PP se ha quitado la careta. Viene a pescar en río revuelto. Empieza a detectar sangre política en las calles por los desgarros de la inflación y la incertidumbre otoñal. Un creciente malestar ciudadano que abona torticeramente un discurso cizañero y descalificante contra la acción de gobierno. Es por ahí donde aparece su cruzada de doble intensidad contra el plan de ahorro energético ante la mirada ojiplática de la UE tratándose de un partido con responsabilidad de Estado. A lo suyo. La nueva dirección está encantada con el verbo inconsistente y populista de Isabel Díaz Ayuso empitonando mediáticamente otra vez a Pedro Sánchez. Sabe que estas bravatas primarias regeneran la ilusión electoral de ese granero desbordante que es Madrid. Ni se sofocan por la patada a seguir de la agustina presidenta al plan de ahorro energético, camino del Tribunal Constitucional. Empieza la guerra del cambio de ciclo y vale todo. Además, cuando haya que templar gaitas para sostener el perfil de supuesta moderación siempre hay un hueco para Moreno Bonilla.

El compromiso solidario con las necesidades energéticas de Europa se ha planteado tan mal desde un principio en España que solo puede acabar peor. En realidad, es una muesca más del manual de estilo del sanchismo: siempre aparece imbuido de la razón todopoderosa en las ocasiones solemnes y por eso exige obligado cumplimiento sin rechistar a su alrededor. Así lo pretendía la vicepresidenta Teresa Ribera hasta que se ha dado de bruces contra una oleada que le afeaba su terquedad. El sofoco por tan pueril tropiezo, que hubiera sido fácilmente evitable de origen, carga de munición a voceros sin discurso energético consistente como ocurre con la inefable Ayuso. Nunca esta pizpireta presidenta será capaz de sostener un debate sin lugares comunes con la ministra de Transición Ecológica sobre el déficit del gas, los ciclos combinados o el tiempo de reactivación de una central nuclear. No le importa. Y a Feijóo, tampoco. En este bando, siguen cabalgando porque ladran.

Asoma un cuatrimestre infernal para Sánchez. Y para sus socios, diabólico. El Gobierno aparece prisionero de la coyuntura económica. Indefenso. El presidente se queda sin conejos en la chistera. No parece que toda la culpa sea de la comunicación deficiente. Los datos macroeconómicos resultan desalentadores. Hasta el índice de precios se lleva por delante la subida del salario medio. Las ayudas sociales resultan insuficientes para los sufridores de una economía doméstica disparada y disparatada. Una inyección de desánimo que no lo curará, por mucho que se lo proponga la izquierda progresista, el cacareado impuesto a las energéticas y la banca, por cierto, dos sectores que siguen escalando en la pirámide de los beneficios sin signo alguno de sofoco ante el bochorno generalizado del contribuyente medio.

Con el PSOE asediado por la sombra de encuestas cada vez más empinadas, el PP se crece y sin demasiado desgaste. Como si se hubiera evaporado por arte del IPC y la discusión estéril de la refrigeración y sus grados el aroma orgulloso del debate del estado de la nación. Aquella ilusión del golpe de timón ideológico de Sánchez parece diluida por el traspié de ese ahorro energético tan horrendamente planteado que ahora es fuente de chanzas, reportajes sensacionalistas sin fundamento y televisivas tormentas veraniegas.

En el caso de Unidas Podemos y Yolanda Díaz, el sofoco es permanente. Apenas se han podido agarrar a la espada victoriosa y liberadora de Simón Bolivar y a la consiguiente irreverencia de Felipe VI en la toma de posesión del izquierdista presidente de Colombia para recuperar resuello y dar árnica a sus bases por medio de la causa republicana. Un pequeño consuelo para aparcar en unos ratos de Twitter su endiablada relación interna que amenaza con erosionar la ilusión de la vicepresidenta segunda; o, al menos, empozoñar las alianzas necesarias para que Sumar aporte a Sánchez los diputados suficientes para mantener su ilusión personal de seguir gobernando.

Para altas temperaturas, los sofocantes debates internos del independentismo catalán para tapar las vergüenzas de Laura Borràs de la manera menos desestabilizadora posible. La fotografía de la actual Mesa del Parlament golpea la sensatez institucional. Una descripción descarnada del devenir del procés que no encuentra propósito de enmienda.