l escándalo del espionaje a los independentistas es mayúsculo y daña al sistema democrático, incluso si -y es más que posible que así sea- se ha realizado bajo autorización judicial. Cosas peores entre togados y cloacas del Estado hemos visto. No quisiera pecar de cinismo -solo algo venial-, pero rasgadas con gran teatralización las vestiduras y puesto el grito en los cielos de toda la galaxia, conviene bajar a la vida real. Una cosa es que ese espionaje sea indecente y otra, que no estuviera en las previsiones y prevenciones del independentismo, que si algo ha aprendido en los últimos años es que el Estado ha utilizado, utiliza y utilizará todos los instrumentos -todos- a su alcance para impedir que se cuestione su integridad territorial. Y cuidado, el espionaje es parte de la labor de un Estado y está en manos de quienes, por mandato constitucional, tienen entre sus funciones "defender la integridad territorial y el ordenamiento constitucional" de la "nación española, única e indivisible". El propio Gabriel Rufián dio por buenas hace no mucho informaciones sobre los "señoritos" -sus compañeros de Junts- que "se paseaban por Europa para reunirse con gente equivocada pensando que eran James Bond". Gente equivocada como Putin, un exespía del KGB, por cierto. Informaciones envenenadas que salían de las mismas cloacas, seguramente robadas de móviles hackeados o algo peor. ¡Qué escándalo, aquí se espía! ¿Ilegal? ¿Inmoral? Que se lo pregunten a Piqué y Rubiales: escuchamos ávidos sus conversaciones privadas -jugosas, claro- sin preguntar quién las ha robado, filtrado y para qué. Por cierto, las publica el mismo medio y el mismo periodista que aireó las conexiones del independentismo con Putin...
En fin, no se aclarará nada. Pero es de esperar que el independentismo, y todos los demás, aprendamos: nos vigilan, porque los espías están también para eso. Y la futura Catalunya independiente tendrá su servicio de inteligencia que espirará a los espías. De hecho, la actual autonómica lo tiene, o debería tenerlo.