ndo últimamente algo despistada con Eneko Andueza. No sé si va o viene. Bueno, en realidad, lo que me tiene despistada es que no sé si él sabe si va o viene. Así, observo que lleva un par de semanas-meses que lo mismo alaba al gobierno del que forma parte su partido -Andueza traslada a Urkullu su compromiso “incuestionable” con el Gobierno de coalición (1 de marzo de 2022)-, que demoniza los acuerdos de PNV y PSE-EE -Andueza acusa al PNV de “deslealtad” y se abre a revisar su política de pactos (5 de abril de 2022)-.
El secretario general de los socialistas vascos elegido hace menos de cinco meses prometió, en noviembre cuando accedió al cargo, “hablar claro” aunque molestara a extraños y supongo que a propios. No le resto gesta en el objetivo, pero de eso a decir hoy una cosa y mañana la contraria hay un trecho grande. Y más cuando se alude permanentemente a una lealtad para con el PNV que quiebra el propio Andueza desde el mismo momento en el que sostiene esa franqueza ante los medios de comunicación pero no la traslada de igual manera al socio.
La lealtad se cultiva más entre gestos, decisiones y, en ocasiones, silencios que en soflamas públicas que no hacen sino lograr lo contrario, como es la ruptura de la confianza y el descrédito. Que se lo digan, si no, a Pablo Casado, que no logró encontrar qué rumbo quería para el Partido Popular en los escasos 1.400 días que ejerció de presidente, en parte gracias a una política errática llena de dimes y diretes que no le llevaron más que al ostracismo.
La lealtad dentro de un gobierno se demuestra sin diferenciar quién hace qué y en qué circunstancias. Éxitos y errores compartidos al ciento por ciento, con independencia de cuál es el partido que gestiona la cartera. Hace dos años así se hizo con Zaldibar. Y así se hizo antes de ayer, con la llegada del IMV.
La búsqueda de un perfil propio es una máxima lógica en política. Pero no dinamitar la herencia recibida es una responsabilidad. O se va o se viene. Ambas es imposible.