ientras esperaba en la cárcel su ejecución, Boecio escribió De consolatione philosophiae, intentando comprender la naturaleza del mundo y la naturaleza humana, el bien o el mal... Hoy, con la repetición de un cambio de hora que ya era absurdo cuando el mundo funcionaba pero que ahora parece simplemente una reiteración en el castigo estúpido que nos inflige una burocracia secreta, intento buscar el consuelo o recuperar cierto ánimo ante la constatación de que el colapso está más cerca que nunca. Con éxito incierto, como verán.
Desde que comenzó la pandemia hablo casi cada día con mi madre y mi tía y esa media hora a modo de expiación cotidiana de los absurdos a que nos enfrentamos, al paso del tiempo, a la constatación de que la realidad que se nos presenta a través de los medios y las redes es más que nunca una construcción perversa e interesada ante la que solo cabe sucumbir o morir matando.
Hablamos también de historias que nos conmueven, de otras que nos gustan, del día a día y parece que, como otros quehaceres que nos imponemos, de alguna manera mantenemos la entropía a raya, impidiendo que el caos nos invada o que nos convirtamos en espectadores inertes además de pasivos.
Paradójicamente, encuentro un cierto consuelo filosófico leyendo los informes de Amnistía Internacional sobre cómo los derechos humanos siguen siendo pisoteados pero, precisamente por estar ahí en la denuncia y el análisis, se hace patente de que no podemos dejar de exigirlos y denunciar sus abusos. O los informes climáticos, que nos muestran cómo hemos de actuar cuanto antes porque nuestra civilización colapsa irremediablemente.
Estas realidades tan crueles pero invisibilizadas nos muestran que nos quejamos más de lo cosmético sin actuar radicalmente, esto es, a la raíz. Menos televisión y más Boecio.