l viernes, bien lo sabe ya usted, altos mandos del Estado Mayor del ejército ruso anunciaron lo que ha sido generalmente interpretado como cierto cambio en su estrategia: Rusia rebaja, según lo que podemos entender, sus objetivos políticos y militares en el conjunto de Ucrania y se centraría en el control de la región de Donbás. Todo parecería indicar que la resistencia ucraniana ha logrado frenar hasta tal punto la ofensiva rusa que los objetivos de la invasión han tenido que limitarse. Me tienta mucho escribir una columna dando por hecho que esta lectura es correcta y suficientemente sólida como para construir a partir de ella una reflexión sobre lo sucedido este mes e incluso atreverme con unas líneas de futuro, pero me parece arriesgado. El análisis de la situación sigue requiriendo de mucha prevención.
Hemos asistido a muchos giros de guion en la retórica y en la propaganda rusas como para pensar que en esta ocasión las declaraciones del Estado Mayor marcan, ahora sí, la línea que de verdad se va a seguir en adelante, aunque parezca lógica, aunque nos dé la razón en tal o cual punto, aunque parezca confirmar lo que augurara cada cual. Los propaladores del discurso totalitario y criminal de Moscú, que los hay, volverán a comprar acríticamente cada palabra, sin necesidad de contrastarla con las anteriores ni con los hechos. Y yo podría cometer el mismo error si tomara del discurso del Estado Mayor los elementos que concuerdan con mi visión y desechara el resto. Todos tenemos cierta tendencia al sesgo de confirmación y la citada presentación del viernes de las autoridades militares rusas nos regala una ocasión sospechosamente reconfortante para esa confirmación. En esto, amigo lector, cuanto más parezca encajar todo, mayor el riesgo de tropezar y mayor la desconfianza que deberíamos aplicar.
Todo lo dicho por el Estado Mayor en esta ocasión, incluso lo que parezca confirmar nuestras sospechas, tiene la misma validez que cada una de las palabras emitidas por las autoridades rusas desde el inicio de la crisis, es decir, entre poca y nula. Alguno de sus comentarios podrá coincidir con la realidad, pero no nos puede servir para el análisis, de la misma forma que el reloj parado aun cuando termina dando la hora dos veces al día no nos puede dar ninguna pista útil sobre la hora en que estamos en cada momento. El Estado Mayor asegura además que sus nuevas prioridades no excluyen asaltar otras ciudades fuera de la zona o cualquier otra operación que pudieran estimar necesaria según las circunstancias. Si nada excluye, nada delimita, nada define.
Una vez hablé en esta columna de la Escuela de Negociación del Kremlin en la que los actuales jerarcas -y muy especialmente Putin- se han formado. Una de sus claves es la idea del péndulo emocional. El objetivo es desconcertar al oponente por medio de la sucesión de requiebros que terminen por romper la cintura del más flexible defensa central, por romper su resistencia emocional y psicológica pasando de lo racional a lo irracional, de lo amable a lo humillante, de lo lógico a lo ilógico, de la perspectiva de acuerdo al golpe donde más duele, de la sonrisa esperanzadora a la frialdad inhumana.
Es necesario estudiar con atención cada palabra de esta nueva posición del Estado Mayor, sin duda, pero cuidado con el sesgo de confirmación y más cuidado aún con dejarnos atrapar por el péndulo emocional. A la escuela del Kremlin solo se la puede resistir con cierta distancia emocional.
Putin se explica en sus decisiones, se retrata en sus hechos, se confiesa en su quehacer. Su retórica es la acción y en sus consecuencias está su legado. De momento los hechos son la agresión a un país soberano y la sucesión de crímenes contra la población civil. Todo lo demás es literatura y para eso mejor nos vamos a los grandes clásicos rusos, que en esta columna estamos en contra de la cancelación de la cultura rusa y sus artistas libres.