uando he terminado de escribir esta reflexión semanal aún no se había localizado el cuerpo del senegalés de 24 años desaparecido en el río Bidasoa cuando junto a otros dos compañeros trataba de cruzar al otro lado de la muga. Una vez más, el Bidasoa como tumba de migrantes. Continúa su búsqueda por la bahía de Txingudi, hacia la que se supone le habrán arrastrado las turbulentas aguas del río.
La fatalidad ha querido que esta tragedia individual haya sucedido en un momento en que asistimos estremecidos al inmenso drama de todo un país invadido a sangre y fuego, del que tratan de huir millones de personas civiles que necesitan ayuda y acogida. Parece que se acercan a tres millones de ucranianos, en su mayoría mujeres y niños, necesitados de refugio para ponerse a salvo de la destrucción de vidas y haciendas perpetrada por Vladimir Putin, aspirante a nuevo zar de la Gran Rusia capaz de provocar el aniquilamiento del mundo occidental. Ante semejante catástrofe, la muerte de un migrante senegalés parece una minucia, una lamentable mala suerte acotada a una gente acostumbrada al infortunio.
Conmueve reflexionar sobre el final de la aventura de un joven que echó a andar en Senegal para huir del hambre y la miseria, para aspirar al derecho a ser feliz. Sobre las penalidades de un viaje de sobresalto en sobresalto; sobre lo que dejó allá, familia, amigos, recuerdos... Sobre la emocionada esperanza por haber llegado, por fin, hasta el umbral mismo de su sueño. Francia a cinco minutos de bracear en un río, sin saber que eran aguas traidoras, fatales. Ya van ocho migrantes que perecieron en el intento y de ello saben muy bien los colectivos bidasotarras que dedican su esfuerzo y su empeño por hacer realidad ese corredor humanitario que facilite su derecho a buscarse la vida allá donde hay más oportunidades a los migrantes que en su ruta hacia Europa se agrupan en la ciudad fronteriza.
La trágica muerte del joven senegalés nos hace reflexionar sobre la acogida selectiva que distingue entre refugiados y migrantes. Según ACNUR, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas, son refugiados quienes salen de su país de forma forzosa debido a una situación de gran violencia, como es el caso de los millones de personas que huyen de Ucrania tras la invasión de Rusia. Son migrantes quienes salen de su país de forma voluntaria debido a unas condiciones de vida que pueden también ser extremas. Pertenecen a esa condición los que exponen su vida, y a veces la pierden, por llegar a países más prósperos para mejorar su futuro y salir de la miseria.
A los millones de refugiados que están siendo acogidos por los países de la Unión Europea, afortunadamente, se les va a facilitar un estatus legal. Una iniciativa justa y decente. A los migrantes, por el contrario, la UE puede impedirles la entrada, puede rechazarles en caliente para volver por donde vinieron y relegarles a la condición de sin papeles por tiempo indefinido. Eso, si antes no les han tragado las aguas del Bidasoa.