e entre el torrente de insultos que Pablo Casado dedicó a Pedro Sánchez el más chocante, por rancio, fue el de "felón", término medieval que según la RAE se aplica a quien comete una traición o un acto desleal contra alguien. Al parecer, Casado se gustó a sí mismo en el vocabulario, porque "felón" llegó a ser una afrenta recurrente contra el presidente Sánchez y la repitió unas cuantas veces en sus soflamas parlamentarias. Visto lo visto, y teniendo en cuenta cómo le ha sobrevenido la defenestración, el ya casi cesante líder del PP no se había dado cuenta de que los felones los tenía en casa, eran ellos.
La galopante crisis del partido de derecha extrema autodenominado de centro derecha ha tenido en su proceso una ristra de felonías, si como tales entendemos traiciones y deslealtades. En el origen del desastre está el ataque de cuernos padecido por el presidente del PP, Pablo Casado, cuando comprobó que la Brunete mediática glorificaba con entusiasmo a Isabel Díaz Ayuso, pizpireta compañera de partido a quien él mismo colocó como presidenta de la Comunidad de Madrid. La moza, asesorada por Miguel Ángel Rodríguez, M.A.R., alquimista del coaching que fue capaz hasta de hacer de Aznar un político, se lo fue creyendo y por la mente se le pasó la felonía de hacerle sombra a su padrino.
Y como a Casado le temblaran las carnes ante esa posibilidad, acudió en su ayuda su fiel escudero Teodoro García Egea, quien urdió la felonía de hacer pública una corrupción de la doña, la mordida que recibió su hermano por una compra de mascarillas en plena embestida de la pandemia. Casado entró al trapo y sumó la felonía de amplificar en televisión la perversión de Ayuso. Por medio se conoció la felonía de que se había encargado desde la dirección del partido una operación detectivesca para buscarle los trapos sucios a la doña. La doña, enardecida, agregó a la trama la felonía de acusar a quienes le acusaban y acogió arrebolada al rebaño de manifestantes que le aclamaban como presidenta, mientras comenzaban a cuartearse los cimientos del partido.
Descubierto el contubernio, reculó Casado y cometió la felonía de hacer dimitir a su perro de presa, Teodoro Egea, y a algún fontanero que andaba por ahí. Y cuando aquello comenzaba a apestar comenzó el espectáculo de felones en carrera, pidiendo la cabeza de Casado los barones que él nombró, los diputados que él colocó, dejando a su artista risueño colgado de la brocha. Triste final para el felón ambicioso que por celos inició la felonía, repudiado y negado por siervos desleales y traidores a cascoporro. Para colmo, hace falta rostro, los dos tramposos, Casado y Egea, protestan por haber pagado los platos rotos cuando lo único que pretendían era investigar una corrupción. No tiene un pase. La corrupción, no olvidemos que todavía está por aclarar, la protagoniza la lideresa madrileña Isabel Díaz Ayuso a quien, por cierto, no se le ha visto el pelo en los angustiosos conciliábulos de liquidación del felón mayor. Ella no estaba dimitiendo, estaba tomando cañas.