icen que detrás de un tópico siempre se esconde una verdad. Una verdad desgastada, pero verdad al fin y al cabo. El problema de un tópico es que puede convertirse en dogma y funcionar como un agujero negro que no deja que otras verdades, otras luces, se escapen de su centro pantagruélico.

Que ciertas obras de arte han sido -y son- producto del sufrimiento de su autor y gracias a éste han conseguido conectar -cargadas de intensidad y de certeza- con la sociedad del momento, es un tópico indiscutible. Un fenómeno éste que tiene que ver con otro: la catarsis. Con esa experiencia purificadora descrita por Aristóteles y cuya etimología deja claro su sentido: purificación, purga.

El arte puede ser catártico. Pues el artista puede volcar en sus obras sus demonios. Puede verter en ellas aquello que le obsesiona, que le preocupa, que le causa dolor, para así liberarse -en parte- de ello. Utiliza para ello la estética, la expresión, incluso la belleza, en ese proceso de derramamiento de dolor sobre un soporte que puede ser un libro, un dibujo, una composición músical. Pero también, y esto es fundamental, asume que el arte es comunicación y su obra se completará cuando otra persona la contemple, lea o escuche. Sumergiéndose así ésta por unos momentos en las aguas del dolor que le presenta el artista, dejándose contaminar por ese placer estético que genera el arte. Es decir: la catarsis se da en el artista que genera esa obra y en el espectador que la recibe.

El viernes pasado nos acercamos a la inauguración de un nuevo espacio dedicado al arte contemporáneo situado en la periferia de nuestra ciudad: el Estado del Arte. Por un momento, parecíamos estar en New York, en una galería del Soho. El espacio, diseñado por el arquitecto Ekain Jiménez, tiene el sello de "menos es más" pero con cierta calculada calidez. Se inauguraba con el proyecto de Rubén Díaz de Corcuera Resistencia al olvido. El autor se ha volcado estos dos últimos años a idear una serie de obras con la dolorosa muerte de su hija Irene como eje central. Este es un proyecto catártico que habla de nuestra ciudad, de la violencia que todos llevamos dentro cuando conducimos un vehículo, habla directamente de la muerte, de la memoria, del duelo... Temas todos ellos tabús fuera del ámbito privado, familiar y que el autor expone públicamente a través del arte. La visita guiada que Rubén nos realizaba por esta su muestra fue magistral. Durante una hora fue desgranando, detallando, el proceso de cada una de las trece piezas desplegadas en este nuevo espacio. Una hora intensa, en el que el público asistente, mudo, atrapado por el discurso de Rubén escuchaba con suma atención su relato.

Resistencia al olvido es quizás el proyecto más pensado, reflexionado, sentido, obsesivo, crítico, cuidado, ejecutado, valiente... que se haya realizado en esta ciudad.

Si hay un proyecto artístico que tenga que musearse para las generaciones futuras de nuestro entorno, es este.