e sido muy tímida desde pequeña. Recuerdo que mi madre siempre me pedía que levantara la cabeza cuando nos encontrábamos con alguien y se paraba hablar, o cuando había que posar para una foto. Levanta esa cabeza, me decía, y yo, incapaz de despegar mis ojos del suelo, sintiendo una irresistible atracción hacia el centro de la tierra... Me aterraba mirar a la gente a la cara.
Supongo que todas las personas mantenemos en nuestro interior la esencia de lo que fuimos de pequeñas, por lo que la timidez sigue siendo una de las características de mi personalidad, pero, con los años, nos vamos tuneando, vamos disimulando y nos hacemos con herramientas que nos ayudan a vivir y a convivir un poco mejor.
Así, con el tiempo he ejercitado la capacidad de mirar a los ojos a la gente y he descubierto que el mundo cambia totalmente cuando eres capaz de hacerlo. Porque cuando hablas con alguien sin mirarle a los ojos, estás hablando con la imagen que tienes en tu mente de esa persona; si consideras que es una persona que se enfada pronto, por ejemplo, te la imaginas enfadándose por lo que vas a decir. Sin embargo, cuando miras a las personas a los ojos, todo cambia.
A través de la mirada de esa persona entramos de repente a un mundo nuevo, a la esencia de esa persona, a su verdad. Y puede que nos esté diciendo una cosa, pero al mirar sus ojos nos demos cuenta de que nos quiere decir otra.
Mirar a los ojos a la gente es un requisito indispensable para la convivencia, porque nos permite ver a la gente desde dentro. Los ojos pocas veces engañan. Así que yo, en adelante, creo que voy a intentar no tomar ninguna decisión, no decir ninguna palabra, hasta haber intentado entrar al interior de la persona que tengo enfrente a través de sus ojos. Es posible que, una vez que consiga mantener mi mirada en la suya, vea a otra persona, la verdadera, la que se esconde tras su tuneada apariencia. Como cualquiera puede ver en mis ojos a la niña que no lograba alzar la vista del suelo.