ictoria demasiado amarga en Castilla y León. El PP, a merced de su gran enemigo. Un experimento con gaseosa. Pablo Casado había propiciado egoístamente un adelanto electoral pensando en su mayor gloria y el 13-F acaba entronizando a Santiago Abascal. Un tiro en el pie. Tras este hiriente fracaso, Andalucía esperará a su cita con las urnas como ya se imaginaba sin decirlo Moreno Bonilla. Con los resultados registrados en la autonomía más nacionalista española puede concluirse que Díaz Ayuso es únicamente un fenómeno madrileño. Aquellos cantos de sirena de un cambio de ciclo que García Egea creyó oír el pasado mes de mayo desde la Puerta del Sol son pura ficción. Así, Pedro Sánchez evita complicaciones momentáneas, pero no podrá desoír el contundente tirón de orejas a su gestión que supone la sensible caída sufrida por el PSOE de Luis Tudanca, sobre todo después de concurrir como partido ganador de los anteriores comicios.
El PP va a pagar un precio demasiado gravoso e innecesario por retener un gobierno autonómico que hasta el patético error estratégico de su dirección en Génova manejaba cómodamente y sin concesiones bochornosas junto al hoy difunto Ciudadanos. Fernández Mañueco, guiñol sumiso que sometió la estabilidad de sus nueve provincias a las pretensiones personalistas de su líder, tendrá que arrodillarse irremediablemente y con evidentes signos de debilidad ante Vox. "A García Gallardo se le está quedando ya cara de vicepresidente", advirtió ayer Abascal para ir marcando posiciones al celebrar el éxito junto a su cabeza de cartel. La ultraderecha está en pleno éxtasis, desbocada por su arrollador ascenso. Le avalan los datos. Ha pasado en dos años y medio de asomarse tímidamente en las Cortes regionales con un único procurador a convertirse en tercera fuerza con toda la capacidad de decisión en sus manos sobre la futura legislatura. Un ascenso estratosférico, raramente conocido en una contienda en las urnas, pero que tampoco debería resultar extraño en una comunidad donde el 38% de sus vecinos desdeñan la existencia de las autonomías y creen firmemente en esa España una, grande y libre. El fluido desparpajo de sus afiliados y simpatizantes por calles y plazas de Castilla y León acaba teniendo su reflejo directo en el recuento de votos. Los populares les han brindado la gran oportunidad de saborear el estrellato.
Con estos resultados, Casado seguirá en el banquillo esperando mejor ocasión. El patinazo de anoche, muy por encima del pueril argumento de que el PP ha ganado, gripa su desmedido afán de morder en el cuello a Sánchez, debilita más si cabe su fortaleza interna por el fiasco de tan equivocada apuesta y, peor aún, confirma los malos presagios de quienes dentro y fuera de su partido creen, cada vez con más convicción y pruebas, que carece de músculo para llegar algún día a gobernar su país. La multiplicación de torpezas protagonizadas por el presidente de los populares durante la campaña en Castilla y León será muy difícil de superar en años. Ni siquiera ha rentabilizado el colchón de once escaños que el partido de Arrimadas tenía antes de caer abatido. Sirva como atenuante para este desvarío de los populares el estado de depresión al que les sumió el fatídico error humano de uno de sus principales asesores y que les impidió asestar en el Congreso un demoledor golpe político al Gobierno de izquierdas.
En su descargo, desde el PP desnudarán la impotencia de la izquierda para convertirse en una alternativa de poder en esta tierra donde el sentimiento de ser español y del castellano parecen una seña mayoritaria de existir en política. Es verdad que PSOE y, sobre todo, Unidas Podemos -en esta ocasión sumando (?) a Izquierda Unida- han encajado pésimos resultados. Los socialistas se caen con estrépito de la ola que les supuso la euforia del sanchismo en 2019, mientras la coalición de izquierdas se estrella en su inanición y ensombrece su futuro a la espera de que Yolanda Díaz decida su futuro. Es imposible que Sánchez consiga sacudirse de estos pésimos resultados alegando que solo Casado se presentaba al examen. Nada peor que engañarse a sí mismo.
Con todo, estas elecciones extemporáneas dejan un poso inquietante. La suma de fuerzas dentro del genérico conglomerado de la derecha dura aporta una mayoría suficiente para gobernar. Ahí es donde, en el fondo, confluyen las insistentes apelaciones del ayusismo y del entorno aznarista de FAES como única vía para la recuperación del poder desde un sólido fundamento ideológico. De momento, con su evidente torpeza, el PP ha alimentado la bicha más temida para sus teóricos intereses, ese enemigo, Vox, de quien ya no va a poder desprenderse y que, en previsión de posibles sustos mayores, deberá vigilar para que no le acabe intimidando. Ahora bien, desde una mirada mucho más pragmática y menos autocrítica, quizá todo se reduzca a exhibir delante del espejo una interesada unidad de fuerzas que empiece a ir dinamitando las alternativas de gobierno de la izquierda.