a Iglesia católica está viviendo un particular proceso de inquisición contra parte de sus miembros por los continuados y horrendos abusos a menores que cometieron y también contra la jerarquía que los ocultó, minimizó, dejó hacer, miró para otro lado, no intervino ni quiso saber nada para no dañar su imagen. Es lógica esta ofensiva, por mucho que el ámbito religioso no sea el único en el que se han dado este tipo de conductas aberrantes y delictivas. A la Iglesia y sus componentes se les supone una autoridad moral, justo lo contrario de lo que han demostrado. Son tan increíbles los abusos a cargo de religiosos como su carácter global, con millones de casos en todo el mundo. "En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis". (Mateo 25, 31-46). Pecado mortal. Y no, la penitencia no está incluida.
Parece que finalmente se va a imponer en el Estado español, con toda lógica, la formación de una comisión independiente que investigue todas las denuncias de abusos. La Iglesia no lo ha hecho y aunque hay quienes quieren impulsarla desde dentro, no se ve verdadera voluntad. Pero por favor, que no se forme una comisión de investigación en el Congreso de los Diputados. Llevar este asunto a una politización extrema, partidista, electoralista y populista sería catastrófico. Las víctimas no se lo merecen. La Iglesia, al menos las almas buenas que haberlas haylas, tampoco. Ni la sociedad. La investigación tiene que ser independiente, profesional, rigurosa, sosegada y alejada del ruido de la confrontación política. Pero tiene que haberla, exhaustiva y caiga quien caiga. Paralelamente, la justicia también debe actuar: verdad, justicia y reparación. En esta larga y penosa historia hay pecadores delincuentes y hay víctimas inocentes. Y cómplices necesarios. "E irán estos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna". Palabra de Dios.