yer amanecimos con ese día tan típico de nuestra tierra en estas fechas, frío, con sirimiri. Por tanto, nada que objetar si no fuese porque tenía que hacer un recorrido de bancos para poder hacer el pago de los impuestos en plazo, la liquidación de enero. Sorprende comprobar que cada vez hay menos oficinas bancarias, y las que quedan se dividen entre particulares y/o empresas, lo cual dificulta en gran medida nuestra capacidad de interactuar con las mismas. Pero lo que realmente me disgusta y me sorprende es cómo lo aceptamos, de una forma resignada y sumisa. Eso es lo pernicioso del sistema.

Nosotros metemos nuestros ahorros en una entidad bancaria, por dichos ahorros nos cobran cada vez más y nos pagan cada vez menos. Permitimos que más de 30.000 personas en Euskadi tengan que recorrer una importante distancia para tener acceso a un cajero que les facilite su dinero. Asumimos que si llegas más tarde de las 11 horas no te puedan dar dinero, no puedas pagar una multa o simplemente no tengas acceso a un pago de un recibo urgente e importante para ti. Eso sí, el personal está en su puesto de trabajo, la oficina vacía, y la sucursal abierta. ¡Pero no es tu hora! ¿De verdad tengo que asumir que para hacer uso de mi dinero tengo que hacer uso de la banca digital? O, si tengo la suerte de tener una oficina cerca, desistir de hacer cola ante la falta de certeza de poder hacer la operación que necesito? Y, si intento contactar por teléfono con la oficina, comprobar que no me contesta nadie y, a los pocos segundos, salta una alocución que me pide que deje mis datos para que se pongan en contacto conmigo.

Está claro que los tiempos cambian y las formas de hacer las cosas también, pero también creo que se pueden mantener aquellas cosas que importan, como el trato personal o el servicio a los que estábamos acostumbrados. Sinceramente, algo está pasando para que no nos planteemos una modificación sustancial de la actual prestación de servicios bancarios.