o deja de sorprenderme la queja-egoísmo humano. Este "qué hay de lo mío" que ha florecido en esta pandemia con mayor virulencia casi que el mismo bicho y que enturbia cualquier posibilidad de sacar algo positivo de todo esto más allá de la marca de marras en el test de antígeno-PCR.
Afinando más, diría la queja-egoísmo adulto porque, en lo que a pandemia se refiere, nuestros hijos e hijas pequeñas nos están dando unas lecciones de compromiso que me río yo del Djokovic y su vergonzante rebeldía. Porque decenas de peques guardan fila a la entrada de los hospitales y se entretienen de la misma manera que si estuvieran esperando en la cola de una gran atracción. O juegan con mascarilla. O esperan pacientes la reanudación de la competición deportiva. Etcétera, etcétera mientras el afamado tenista se convierte en un mártir irreal a golpe de mentiras y dinero.
Y en estas que escucho esta semana también en una tertulia radiofónica quejarse a un profesor por haber sido sacado del programa Irale -exentos para la euskaldunización del profesorado- para reforzar la presencialidad en su colegio. Y dice el docente que, por supuesto, se está para lo que se necesite pero que, si acaso, las bolsas de trabajo están llenas de gente ávida de trabajar para sustituir a su sustituta. Vamos, que el erario público cargue con su recontratación para que él siga a lo suyo.
No sé si llegamos, en ocasiones, a ser conscientes de lo que decimos y en el penoso lugar que nos dejan nuestras palabras cuando se contrastan con otras realidades. En este caso, el profe quejoso que vive en una tercera dimensión versus menores comprometidos con los pies en la tierra. Qué contraste.
Al contrario de lo que a veces sucede en nuestro país, creo que la opinión de una persona es suya y elevarla a la categoría de generalidad es contraproducente y dañino. De ahí, mi gran agradecimiento a profesores y profesoras por su entrega y dedicación. También a Educación del Gobierno Vasco por esforzarse en garantizar la presencialidad de las clases. Visto lo que sucede en otros países donde se han cerrado las aulas es un lujo que no nos podemos permitir perder. Aunque a alguno le pese individualmente.