reíamos que la soledad era una dolencia exclusiva de las personas mayores, y acabamos de descubrir que la juventud también se siente sola. Así lo acaba de confirmar un estudio de Cruz Roja, que nos alerta de que la soledad no deseada (que no es lo mismo que la soledad elegida) afecta por igual a jóvenes y a mayores. El 30% de las personas mayores la sufren, y también 3 de cada 10 jóvenes.

Estos datos desmontan la idea falsa de que a la juventud le da igual tener amistades de carne y hueso que solo tenerlas en Instagram. Un chat por Instagram a los 19 años puede dejarte tan frío como una videollamada grupal con tu cuadrilla a los 50 años, como experimentamos en 2020 en aquellas quedadas por Zoom para poteos virtuales durante el confinamiento global.

Se confirma así la tendencia que ya avanzaba Eustat (Instituto Vasco de Estadística) cuando, también en 2020, publicaba que en Álava cada vez son de menor edad las personas que viven solas: 5 de cada 10 tienen menos de 65 años.

Es verdad que tomar como referencia el número de personas que viven solas para medir la soledad no deseada no es exacto. Dos apuntes en ese sentido: 1) Muchas personas viven solas porque así lo quieren, por opción vital personal. 2) El confinamiento hizo que las situaciones de maltrato intrafamiliar contra las mujeres se acrecentaran: vivir acompañada no significa necesariamente vivir mejor que sola.

Hecha la aclaración, el indicador sí sirve como punto de partida para analizar por qué sigue creciendo el número de hogares unipersonales (en Álava, según Eustat, se ha duplicado en los últimos 20 años).

¿La causa está en el individualismo de la sociedad moderna e industrial? ¿Las ciudades son más solitarias, comparadas con los pueblos, en los que vecinas y vecinos se sientan al fresco a charlar? Otro ejemplo es aquel sentimiento de comunidad que en los barrios obreros de los años setenta compartían quienes vivían en el mismo portal o en la misma calle. Ese sentimiento se va diluyendo en los nuevos barrios-dormitorio urbanos. Muchas redes básicas de compañía entre mujeres ahora mayores se van perdiendo: unas han vuelto al pueblo, o han fallecido, o se han mudado a un piso tutelado o a una residencia.

Poner nombre a esta soledad de mayores, y completar el diagnóstico con lo que están viviendo ese 30% de chicas y chicos jóvenes afectados, ayuda a poner soluciones. Se ha demostrado que genera problemas de salud mental, salud física e incluso aumenta los riesgos de mortalidad prematura. Ante ello, para paliar las sol-edades no deseadas, desde el ámbito privado y desde el ámbito público, van ideándose herramientas para prevenirlas y abordarlas.

De hecho, podemos hablar ya de una nueva economía de la soledad y de la industria de la compañía. Empresas tecnológicas de inteligencia artificial están sacando al mercado robots para hablarnos, escucharnos o acompañarnos en casa (además de robots más conocidos como Siri o Alexa, leo en Twitter que un equipo de investigadores de Zúrich ha diseñado un muñeco de tamaño humano para darnos abrazos).

Podemos cuestionar estas relaciones entre personas y máquinas, pero el impacto positivo de estas tecnologías en la calidad de vida de quienes las han utilizado es innegable (se cifra en un 80% quienes aseguran sentirse más acompañadas tras haberlas usado).

Ello no quita para que las iniciativas que buscan promover el contacto directo entre personas de carne y hueso sigan siendo las deseables, sobre todo si son impulsadas desde el ámbito público. Al fin y al cabo, la soledad no deseada es un problema de salud pública.

En diferentes países (Japón, Reino Unido...), ya hay ministras y ministros de la soledad, que lo abordan como una pandemia social. Aquí contamos con el programa Álava a punto, que busca que la población residente en Álava nos cosamos, puntada a puntada, intergeneracionalmente, como vecinas, para que no estemos solas si no queremos estar solas (arabaapunto.eus).

También tenemos la Escuela de Soledades/ Bakardadeak Eskola en la que podemos aprender a llevar nuestra soledad y a acompañarnos con una simple llamada de teléfono, que tanta ilusión nos hace. Incluso podemos aprender a admitir que estamos solas, superando el miedo a ser juzgadas o estigmatizadas por ello.

La existencia de esas herramientas no nos exime de poder hacer cosas a un nivel más íntimo. Seguro que a usted y a mí, que andamos todavía enredados con los propósitos del nuevo año, se nos ocurre cómo mandar a hacer puñetas a la soledad no deseada de nuestro entorno más cercano.

El ser humano puede sobrevivir minutos sin aire, días sin agua, semanas sin comida. ¿Cuántos sin compañía? Ojalá este 2022 no nos ponga en el brete de comprobarlo, ni siquiera en enero, el conocido como el mes más triste del año.

El ser humano puede sobrevivir minutos sin aire, días sin agua, semanas sin comida. ¿Cuánto sin compañía?

El 30% de las personas jóvenes sufren soledad no deseada severa