l principio se esperaba que la formalización en el Tratado de Lisboa del cargo de presidente del Consejo Europeo rebajaría el alcance político de la presidencia de turno de la UE, pero no siempre ha resultado así. Los titulares de ese cargo (Van Rompuy, Tusk y Charles Michel) no han tenido perfil para opacar a nadie. Y no lo digo como crítica, puesto que quizá el secreto de la mejor gobernanza de la UE resida precisamente en ese equilibrio inestable entre instituciones, entidades y líderes, en un sistema complejo y cambiante de interacciones y controles que, aún a riesgo de desencantar a los amigos del chocolate espeso, defina un gobierno que aunque parezca lo contrario sea en realidad lo más democrático a lo que a día de hoy podemos aspirar en el ámbito supraestatal.
El caso es que la presidencia de turno le toca a Francia. Macron parece dispuesto a aprovecharla para marcar perfil para sí y para Francia, pero la ocasión coincide con sus presidenciales, lo cual no parece una feliz concurrencia. Es lógico esperar que Macron esté más centrado en su reelección que en las cuestiones europeas, aunque lo cierto es que Europa ha servido a todo presidente francés para elevar la estatura de su propio cargo. Macron no parece que vaya a dejar escapar su momento.
Una anécdota ha ocupado los titulares, su propósito de emmerder a los no vacunados, con el empleo de un verbo impropio del formalismo personal e institucional de Macron, un verbo de escatológicas etimologías que invita a traducciones quizá un grado más vulgares que su original francés. Más allá de ese verbo lo más sustancioso es la dirección política de la Unión en un momento clave en que las líneas de futuro verde, digital, competitivo y cohesionado deben confirmarse tras los atrevidos pasos dados durante la pandemia.
Entre la anécdota verbal y el fondo político hay otra cuestión que despierta mi curiosidad: la política de alianzas europeas de Macron. El entendimiento entre Macron y Merkel ha sido más que notable y ha permitido cierta primavera europea tras años un tanto grises. Pero la retirada de la persona que más -y para mejor- ha marcado la política europea en lo que llevamos de siglo deja huérfano el tradicional eje franco-alemán. Es pronto para decir si Olaf Scholz podrá asumir un protagonismo europeo relevante, pero de momento no muestra prisa. Lo cual deja un interesante terreno de juego abierto.
Entre Charles Michael y Von der Leyen, Macron parece tener más química y mayor afinidad, mayores ambiciones compartidas, con la segunda. Quizá la alemana pueda aspirar a ocupar una parte del espacio político que Merkel deja vacío. Pero Macron necesita de nuevas alianzas entre sus pares. Los países del este están políticamente descartados y los nórdicos anímicamente lejos. Podría resultar el momento del sur. La sintonía de Macron con Draghi es patente y su coincidencia de visiones e intereses muy considerable. Su inteligencia política les ha llevado a adelantarse con un importante acuerdo -el Tratado del Quirinal- que sella una alianza de fondo sustancial y de largo recorrido.
En España, Sánchez no parece, ni por perfil personal, ni por su forma de entender la política, ni por la identidad de su Gobierno, la persona que Macron esté buscando. Sánchez puede resultar efectista en un regate, pero no da buenos pases en largo. Gusta de chupar la pelota, pero rara vez inicia una jugada interesante con ella en los pies. Sánchez es ese jugador del que el aficionado habla antes de comenzar el partido, que no pasa inadvertido por razones ajenas al juego, que anima las tertulias, pero cuya contribución al éxito del equipo, una vez terminado cada encuentro, es más bien discreta. Ese jugador que ilusiona a los suyos pero que desaparece en los campos grandes.
A falta de Merkel como capitana, dando seguridad en defensa y ordenando el centro del campo, quizá Macron, si sus elecciones se lo permiten, haga una buena tripleta con Draghi y Von der Leyen.