spaña necesita una inmersión democrática urgente. Justo al revés de a como lo entiende Pablo Casado, que se sumergió como sin querer en una misa por el eterno descanso del alma del dictador Francisco Franco. Dice la RAE que inmersión, aparte de introducir algo en un fluido, es la "acción y efecto de introducir o introducirse en un ámbito real o imaginario, en particular en el conocimiento de una lengua determinada". Es muy curioso y puede dar mucho juego ese peculiar matiz del "ámbito real o imaginario" referido al conocimiento de una lengua. Igual la Generalitat puede argumentarlo ante la sentencia el Tribunal Supremo -cuyos magistrados parecen en constante inmersión...- que exige que en las escuelas de Catalunya se impartan al menos el 25% de las clases en castellano, idioma que, como todo el mundo sabe, está en peligro de extinción: "Es que nuestro sistema de inmersión educativa es en el ámbito imaginario, señorías".

Se avecina conflicto, porque el Govern insta a no acatar la sentencia, el Gobierno español se desentiende y el Supremo -algo le conocemos-, con el aplauso de la derecha y su aliada la extrema, saldrá en plan miura amenazando, procesando e inhabilitando a todo quisque.

En todo caso, esta sentencia del Supremo español -y mucho español, que diría Mariano- tendrá su derivada en Euskadi, donde estamos en pleno debate sobre el nuevo pacto educativo vasco del futuro y en el que el sistema lingüístico será clave tras la experiencia de muchas luces y algunas sombras de los modelos aún vigentes. Terreno resbaladizo, más allá de ley y su suprema y constitucional interpretación, porque siempre habrá quien se vea discriminado si no puede elegir la lengua vehicular y se sienta "segregado". Y quien anteponga el derecho y el deber de conocer la lengua propia. ¿Inmersión real o imaginaria?