anzamos un año más las semanas por la ciencia en Navarra. Y este año uno puede ver en las marquesinas cómo la ciencia está en todo lo que hacemos en una bella iniciativa de la Universidad de Navarra. Dentro de una semana las personas que han hecho investigaciones urgentes y necesarias para luchar contra la covid recibirán un reconocimiento a su trabajo científico. Y todo eso es estupendo: charlas, visitas, jornadas en las que hablamos de ciencia, mostramos cómo la necesitamos y cómo hay que mejorar en tantos aspectos...
Pero son unos pocos días en el foco informativo, como si el que el resto del año se pierda el interés fuera lícito. Podría excusarme diciendo que yo me dedico a esto todo el año, y hay mucha gente que también, pero es verdad que lo hacemos casi como pidiendo perdón o permiso. Y, de paso, lo hacemos sin exigir que haya un cambio social que permita hacerlo mejor, hacerlo bien. Por ejemplo: seguimos teniendo que empujar para que el papel de la mujer en muchos ámbitos de la investigación deje de estar tutelado o invisibilizado. Y no podemos olvidar, además, que el cambio se produce porque ellas han comenzado a decir basta. Leo el libro de la periodista científica Ángela Bernardo, científica también ella y buena amiga, en el que hace un recorrido por la realidad del acoso en el mundo de la ciencia. Espeluznante porque es real y sucede aquí y allá. Podríamos conceder que también pasa en otros campos profesionales, pero el acoso en ciencia es más notorio porque existe una jerarquización creada tanto por la excelencia y la selección como también por el prejuicio y el sesgo. Y ese sistema favorece que el acoso sexual sea escondido y hasta justificado. El libro, de la Editoria Next Door, se titula Acoso. #MeToo en la ciencia española, por cierto, y deben leerlo.