l décimo aniversario vino y se fue. Ha generado mucho ruido mediático. Es lo que tienen los guarismos redondos. El primer aniversario. El décimo también. Esta es, sin embargo, mi carta a los Reyes Magos: que dentro de diez años, el veinte aniversario no genere ya ruido, sino música y celebración porque hayamos sabido de veras resolver las cosas.
Ojo, es normal que haya ruido. Y más cuando el proceso en el que estamos no ha sido un proceso con luz y taquígrafos. No ha habido lo que en otras situaciones de enfrentamiento se ha llamado conferencia de paz, ni comisión de la verdad ni siquiera un proceso de paz reconocido como tal por todas y todos. Básicamente porque desde el 11-S -y también por otras causas más próximas- el mundo ha cambiado y ni nos hemos enterado de hasta qué punto. Pero no dejemos que el ruido no nos deje ver el valor del hecho de que ETA ya no existe.
Esto ha hecho que aquí, quienes tenemos cierta edad sabemos que estamos diez mil veces mejor que hace veinte años y mil veces mejor que hace diez. Claro que el reconocimiento del dolor aún tiene déficits clarísimos, y más en un sentido que en el otro. Cada vez más creo, sin embargo, que, siendo importante el reconocimiento habido, éste debe ir más lejos que lo que ha ido, aunque una de las partes pueda llevar ventaja. Tenemos que empezar ahora a reconocer -y sobre todo esclarecer- hechos que aún flotan en la bruma del silencio, del no reconocimiento, del secretismo.
Cuando eso ocurra es cuando de verdad creo que iremos más allá de las palabras -que también son importantes, ojo-. Me pregunto si habrá reconocimiento de esos hechos. Me pregunto quién tendrá el verdadero mérito de ir primero por ese camino. La trayectoria que recorramos por ese camino es lo que determinará que el 20 aniversario valga la pena rememorarse por quienes lleguemos a verlo. O no.