e pequeña no entendía por qué tenía que ayudar a su madre y a su tía en las tareas de casa mientras sus hermanos y sus primos jugaban por ahí. Fue su tío el que opinó que ya era hora de que colaborara y su padre quien le rebatió que un buen momento sería aquel en que los chicos también lo hicieran. Entonces intuyó que su padre, pese a todo, no era como los demás y que su tío formaba parte de un grupo, digamos, más numeroso. No entendía por qué tenía uniforme con falda y sus hermanos con pantalones. No entendía por qué los niños no la incluían en sus juegos, por qué las cosas para las chicas siempre eran de color rosa. No entendía por qué sus hermanos empezaron a salir con sus amigos hasta tarde mucho antes que ella, ni por qué su padre se empeñaba en ir a buscarla a lo viejo todos los sábados, por qué para ella el peligro de volver sola a casa siempre sería mayor. Hizo sus prácticas en un lugar donde no eran esporádicos los comentarios entre los compañeros sobre la ropa de las chicas, sobre su cuerpo o sobre la relación que todo ello tenía con su profesionalidad. En una de sus primeras entrevistas de trabajo su interlocutor le preguntó si tenía novio, si pensaba casarse y si planeaba tener hijos. "Debemos tenerlo en cuenta, como comprenderás", le advirtió. Un jefe le hizo la vida imposible después de haber rechazado sus insinuaciones, algo tan difícil de demostrar como de soportar. Nunca entendió por qué durante su baja maternal le acusaron de haber "desaparecido del mapa" mientras intentaba hacerse a su nueva vida con dos criaturas junto a una persona, afortunadamente, tan diferente a esa realidad. Y esa mañana, al ver la portada del periódico, llora de rabia por todas esas cosas que sigue sin entender y que, de una u otra forma, contribuyen a que un hombre pueda creerse con tanto derecho sobre la vida de una mujer como para arrebatársela.