na de las derivadas del grave contexto social que nos toca vivir se traduce en la ausencia de debate acerca de cuestiones políticas que muchos creen alejadas ahora de la conciencia ciudadana. No se trata de conflictos inventados o de falsos conflictos. Resolver las reclamaciones de reconocimiento nacional planteadas por una amplia mayoría de la sociedad vasca o catalana exige una nueva cultura política, que a su vez incita a utilizar nuevos conceptos por parte de los actores políticos.
Como indicó Richard Sennet, la cooperación es el arte de vivir en desacuerdo. Hay que modernizar unos términos que han quedado fosilizados, han devenido obsoletos. Y eso solo es posible trabajando en la instauración de una democracia de consenso, donde mayorías y minorías participen en la elaboración de las políticas del Estado (Bélgica o Suiza dan buena muestra de ello), no confundiendo lealtad con sumisión ni colaboración con renuncia, reconociendo de forma explícita esa democracia plurinacional.
Falta pedagogía política. No hay por qué demonizar estos planteamientos. Hay muchos ejemplos comparados en el mundo que demuestran cómo es posible una convivencia planteada en esos términos de reconocimiento del diferente desde el respeto recíproco, sin prepotencias ni imposiciones.
La democracia, la verdadera democracia es siempre un juego de incertidumbres y conflictos que hay que saber diagnosticar y administrar; las apelaciones o llamadas a la responsabilidad y al sentido de Estado, junto a la tópica y previsible exigencia de altura de miras, deben llenarse de contenido para no convertirse en meras invocaciones genéricas con pocas posibilidades de prosperar.
La crisis del sistema político en España es, en buena parte, resultado de la obsolescencia e inadecuación de las previsiones constitucionales en toda una serie de ámbitos claves para convivir en democracia y con una sociedad que en nada se parece a la de 1978. Cabría preguntarse, ahora que escuchan ecos de voces que promueven la involución democrática, por qué no se afronta con valentía política, acudiendo al corazón troncal de la democracia, la apertura de una etapa reconstituyente que permita reforzar el sistema a través de la superación del inagotado debate acerca de la democracia plurinacional.
Si las formaciones políticas liderasen con generosidad este proceso lograrían que otras se unieran a esta renovada apuesta, verían relegitimado su papel como actores principales de la vida política y permitiría una regeneración del clima político al basar la convivencia en torno a nuevos consensos basados en cuatro grandes ejes: 1) Una nueva forma de distribución territorial del poder político admitiendo la dimensión plurinacional, superando ese rancio y superado concepto de la indisoluble unidad nacional española. 2) Reforzar la dimensión social de los derechos ciudadanos. 3) Desarrollar con mayor valor democrático toda la dimensión de participación ciudadana, incluida una nueva regulación de las consultas y referendos. 4) Y potenciar la dimensión supranacional europea, que constituye para nosotros el ámbito geopolítico en el que el denostado y superado concepto de soberanía estatal se difumina en favor de una concepción menos vertical, menos jerárquica y menos rígida de la detentación del poder político.