Del Baskonia que ha deambulado como alma en pena durante esta temporada al actual media un increíble abismo. Este equipo sí engancha, sí muerde, sí contagia a la grada, que por fin se siente identificada con unos guerreros hambrientos de gloria tras una transfusión sanguínea.

Al descanso su suerte parecía echada en esta Euroliga ante un Fenerbahce dominador de cabo a rabo, pero entonces surgió un grupo con sangre en los ojos que, tal y como sucedió en la segunda mitad de la reciente entrega continental ante el otro club turco (Efes), destapó el tarro de las esencias.

Como consecuencia de una de las victorias más conmovedoras del curso, las esperanzas continentales siguen intactas a la espera de otra final en el Principado de Mónaco este viernes. Transcurren las jornadas y pese a que el Baskonia ya no depende de sí mismo, se resiste a claudicar. Ayudó que el Fenerbahce perdiera por lesión a ese demonio llamado De Colo, pero ello no resta ni un ápice de mérito a la sobresaliente remontada de un coloso azulgrana en el que todo funcionó a la perfección.

Empujado por el aliento de una grada incandescente, el conjunto alavés reaccionó de la mano de un inconmensuble Baldwin. El estadounidense, denostado hasta hace bien poco, ya casi tiene la consideración de ídolo en Vitoria tras una exhibición mayúscula que se llevó por delante al gigante turco.

Sin embargo, estuvo muy bien rodeado en una noche donde Spahija agradeció la clase de Fontecchio, el colmillo afilado de Giedraitis o Peters, el dominio de Enoch bajo los tableros y el generoso despliegue físico de Kurucs, que volvió a prender la mecha de la intensidad atrás cuando peor pintaban las cosas.

Un partido que en el intermedio tenía una pinta horrible desembocó en un aplastante monólogo azulgrana. Se redimió el Baskonia de sus pecados a base de defensas asfixiantes, eléctricas transiciones y un ritmo inmisericorde. Y todo ello aderezado de la monstruosa pegada de Baldwin, un jugador en otra dimensión que abrió un socavón descomunal en la defensa turca.

Las cinco primeras canastas azulgranas llegaron desde más allá del 6,75 y para más inri de jugadores distintos, algo que permitió al Baskonia arrancar con buenas sensaciones una velada crucial para su supervivencia continental. La defensa turca estuvo muy hundida en los albores, la circulación de balón incluyó inversiones precisas y los pistoleros de Spahija dispusieron de posiciones francas para acribillar el aro otomano, aunque el Fenerbahce no tardó en frenar la sangría.

El equipo vitoriano orientó el juego de forma exagerada hacia la búsqueda del triple, una especie de ruleta rusa que no siempre depara óptimos dividendos. Tan solo las numerosas segundas opciones de tiro dilataron el despegue del Fenerbahce en la primera mitad.

La escuadra otomana presentó por momentos las credenciales de su poderosa plantilla en el Buesa Arena pese a que los dos exbaskonistas que dirige Djordjevic, agasajados en la presentación, carecieron de la ascendencia esperada en la velada. Henry apenas tomó responsabilidades ante el aro local dedicándose a labores más sacrificadas, mientras que Polonara estuvo diluido dentro de la larga rotación interior del técnico serbio en consonancia con lo sucedido durante esta campaña.

Tras el descanso, el Baskonia no solo niveló las fuerzas sino que gobernó con puño de hierro el encuentro. Para empezar, metió el miedo en el cuerpo a su rival gracias a la muñeca de Peters y una sensible mejoría de su rendimiento defensivo. Y, de repente, apareció Baldwin, de nuevo en su versión más notable y que se ensañó con la defensa turca gracias a 15 puntos consecutivos (del 45-48 al 60-56 solo anotó el).

Guduric, que encendió los ánimos de la grada con una clara falta sobre Costello en un contragolpe que no fue señalizada por los árbitros, aglutinó casi toda la responsabilidad en las filas visitantes. Para entonces, Djordjevic había perdido a De Colo y se quedó huérfano de puntos en ataque.

El partido murió en medio de una exhibición azulgrana y una grada completamente entregada que vibró como pocas veces esta temporada. El milagro sigue cogiendo forma. Y si hay que morir, que sea de esta forma. Recuperando las viejas señas de identidad que hicieron del inquilino del Buesa Arena un equipo respetado en todos los lugares.