Ante la ausencia ya confirmada de Nedovic, todo el peligro del perímetro del Panathinaikos recaerá hoy en dos hombres: un clásico del baloncesto heleno curtido en mil batallas como Ioannis Papapetrou y Mario Hezonja. El talentoso exterior croata aterrizó hace semanas en el OAKA como si fuera lo más parecido a un Dios o un jefe de Estado.

Cientos de alicaídos seguidores del club del trébol, necesitados de algún icono con el que ilusionarse en esta temporada tan tétrica para sus intereses, se saltaron todas las medidas de seguridad para agolparse en las afueras del aeropuerto de Atenas, agasajarle y mostrarle sus reverencias. Las imágenes se hicieron virales a través de las redes sociales, aunque a la hora de la verdad el Panathinaikos tampoco ha conseguido asomar la cabeza tras su mediática incorporación.

El Barcelona, propietario de sus derechos en el caso de que volviera a Europa, no puso trabas para que el Panathinaikos oficializara la contratación de un alero al que muchos vieron en su día como el sucesor del malogrado Drazen Petrovic, cuyo dorsal 44 portó durante su etapa en los Blazers con el fin de mantener vivo su legado.

A la postre, la carrera de Hezonja -con mucho baloncesto aún en sus manos al haber cumplido recientemente las 26 primaveras- no está siendo todo lo fructífera que se esperaba para un primer ronda del draftAquella sorprendente elección por parte de los Magic con el número 5 le permitió ganar el suficiente dinero como para abonar su cláusula de rescisión al Barcelona, donde era un secundario de la rotación, y desembarcar en la NBA.

El club catalán no hizo excesivos ascos a su fuga en un momento donde tampoco andaba sobrado de estrellas y asistía impotente a los éxitos del Real Madrid. Ni el carácter díscolo de Hezonja ni su escasa química con algunos compañeros de vestuario hicieron que su salida fuese tan traumática como, por ejemplo, las de Tomas Satoransky o Álex Abrines, dos jugadores mucho más asentados en el equipo catalán.

Hezonja, que promedia 15,2 puntos en sus cinco partidos hasta la fecha, será la principal amenaza del Baskonia en busca de un nuevo éxito continental. El croata, dotado de un físico imponente gracias a sus 2,03 metros, se ha convertido en la última esperanza helena tras un quinquenio de más a menos en la NBA repartido entre los Magic, los Knicks y los Blazers. De Portland salió traspasado a finales del 2020 rumbo a unos Grizzlies con los que ni siquiera llegó a debutar. Su futuro a partir del verano es una incógnita, ya que los interesados deberán negociar con el Barcelona.